Seeking the Face of the Lord
Sin la Eucaristía no existiría la Iglesia Católica
Continúo con mis reflexiones acerca de qué constituye la Arquidiócesis de Indianápolis por medio de un análisis de sus comienzos y el origen de nuestra vida como Iglesia.
En los anales de la Iglesia, los cristianos representaban verdaderamente una minúscula minoría en el mundo que los rodeaba. La adoración de deidades paganas era mucho más popular que la alabanza al Dios trino evidenciada por la encarnación de Jesucristo. Si los primeros misioneros hubieran seguido su llamado con miedo y temores ante la opinión popular, nuestra historia habría sido bastante distinta.
Desde el principio, los Apóstoles y sus sucesores se desplazaron hasta donde pudieron, por tierra o por mar, para difundir la misión de Cristo.
Si durante esos primeros años hubiéramos realizado encuestas similares a las que se hacen hoy en día, menos del uno por ciento habría expresado creer que Jesucristo fuera el Hijo de Dios.
Pero eso no detuvo a los Apóstoles y sus sucesores. Misioneros tales como San Pablo no se dieron por vencidos, y eso marcó la diferencia. Hoy en día somos una Iglesia Católica de más de mil doscientos millones de miembros en todo el mundo.
Este rápido crecimiento supuso que los Apóstoles y sus sucesores no podrían continuar siendo los únicos pastores de sus Iglesias (diocesanas) locales. Así que los primeros obispos comenzaron a ordenar ayudantes, presbíteros (sacerdotes), para que fueran sus compañeros de trabajo en la alabanza, conducción, enseñanza y servicio a la comunidad apostólica local.
Estos sacerdotes se convirtieron en líderes (pastores) de parroquias en nombre del obispo local y en conjunción con él. De esta manera la diócesis permanecería como la máxima expresión de la Iglesia católica, en tanto que la parroquia se convertiría en una comunidad de fe típica destinada a la adoración sacramental, comunidad de servicio y administración.
Y así, la propia Iglesia diocesana que es la manifestación de toda la iglesia bajo el liderazgo de un obispo, sucesor del colegio apostólico, se convirtió en una y en muchas a la vez. Se trata de una comunión de parroquias que juntas forman una Iglesia apostólica particular. Y las parroquias son a su vez, una comunión de familias u hogares.
Cada familia, por medio de la sacramentación del matrimonio representa una comunión de vida y de amor. La familia, el esposo, la esposa y los hijos, están llamados a participar de manera única en la misión de Cristo, y como tal, forman una suerte de iglesia doméstica llamada “ecclesiola” (pequeña iglesia).
Aun los solteros, o aquellos que viven bajo un mismo techo, pero que no son familia en el sentido estricto de la palabra, también tienen la responsabilidad cristiana de hacer de su hogar un enclave de valores evangélicos y símbolo de la presencia de Cristo en la vida cotidiana.
Todas las parroquias se erigen sobre la base de hogares cristianos sólidos y proporcionan los medios para que dichos hogares se unan como iglesia para hacer visible y concreta su participación en una iglesia más amplia.
Los hogares cristianos sólidos hallan su fuente de vida en la Palabra de Dios y en los sacramentos de la Iglesia. Por medio de la reunión regular en la iglesia parroquial, la iglesia doméstica se hace palpable y social, en vez de ser arbitraria y privada. Al igual que las parroquias, ninguna familia cristiana está aislada.
Debido a que son sacramentales y católicas, las divisiones de la iglesia en diócesis y arquidiócesis no son simplemente partes de un todo. De alguna forma la diócesis abarca a toda la Iglesia apostólica y la representa. Por lo tanto, la diócesis debe hacerse visible y funcionar por medio de la misión colaboradora de parroquias bajo el liderazgo del obispo. De este modo, las parroquias participan activamente en la Iglesia y la representan sacramentalmente.
Esto también significa que la Iglesia familiar y del hogar debe observar y participar en la iglesia parroquial a fin de poder dar expresión a su potencial como Iglesia doméstica; del mismo modo, la parroquia debe observar y participar en la Iglesia diocesana a fin de llegar a ser una representación auténtica y efectiva de ella.
Ninguna parroquia puede existir fuera de la comunión diocesana. Ninguna iglesia evangélica o de congregación puede declararse ampliamente como una, santa, católica y apostólica.
Si bien estas iglesias evidencian algunas de estas marcas de la Iglesia, están incompletas. No todas las iglesias son iguales.
Las parroquias no pueden existir sin la vida sacramental. La Iglesia parroquial se hace más evidente en la celebración dominical de la Eucaristía. Los sacramentos instituidos por Cristo son el alma de la comunidad parroquial.
El Papa Juan Pablo II resaltó una vez que la Eucaristía hace a la Iglesia, y la Iglesia hace a la Eucaristía. Sin la Eucaristía, en particular, no existiría la Iglesia católica. El entendimiento de la Eucaristía es clave para entender nuestra fe católica y su identidad.
El Papa Benedicto XVI habla sobre el “misticismo sacramental” de la Eucaristía. Tal vez esta sea la diferencia más contundente entre la comunidad de fe católico-romana y las demás comunidades de fe.
Nuestra arquidiócesis tiene motives para sentirse agradecida a una larga línea de fieles ancestros quienes mantuvieron la fe católica y apostólica. †