Buscando la
Cara del Señor
La Eucaristía es Cristo que se ofrece por la vida de la Iglesia
(Segundo de la serie)
En su exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, el Papa Benedicto XVI se dedica exhaustivamente a echar los cimientos sólidos de la fundación teológica que refuerza el misterio eucarístico.
Debemos aplomar tan siquiera un poco estas profundidades teológicas para poder entender que el don de este sacramento no se basa en superficiales desarrollos históricos o culturales.
La Parte I de la exhortación del Papa se titula “La Eucaristía, misterio que se ha de creer.”
Comienza esta parte con la exclamación: “Este es el Misterio de la fe.’ Con esta expresión, pronunciada inmediatamente después de las palabras de la consagración, el sacerdote proclama el misterio celebrado y manifiesta su admiración ante la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, una realidad que supera toda comprensión humana. En efecto, la Eucaristía es ‘misterio de la fe’ por excelencia: ‘es el compendio y la suma de nuestra fe’ (Catecismo de la Iglesia Católica, #1327).
“La fe de la Iglesia es esencialmente fe eucarística y se alimenta de modo particular en la mesa de la Eucaristía. … Cuanto más viva es la fe eucarística en el Pueblo de Dios, tanto más profunda es su participación en la vida eclesial a través de la adhesión consciente a la misión que Cristo ha confiado a sus discípulos. La historia misma de la Iglesia es testigo de ello. Toda gran reforma está vinculada de algún modo al redescubrimiento de la fe en la presencia eucarística del Señor en medio de su pueblo” (n. 6).
Mi experiencia pastoral en los últimos 43 años como sacerdote es reflejo de las palabras del Santo Padre. Las personas que desean y se encuentran íntimamente comprometidas a llevar a cabo la misión de caridad de la Iglesia son personas que tienen una profunda fe en el misterio eucarístico. También considero que el reciente redescubrimiento de la devoción eucarística de la adoración ante el Santo Sacramento es el resultado del redescubrimiento de la creencia en la presencia eucarística del Señor.
El Papa escribe: “La primera realidad de la fe eucarística es el misterio mismo de Dios, el amor trinitario. … En la Eucaristía, Jesús no da ‘algo,’ sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino. Él es el Hijo eterno que el Padre ha entregado por nosotros. … Jesús se manifiesta así como el Pan de vida, que el Padre eterno da a los hombres” (n. 7).
El Papa Benedicto prosigue con su tema fundamental: Dios es la perfecta comunión del amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Enfatiza que el “misterio de la fe” es un misterio de amor trinitario, un misterio en el cual hemos sido llamados a participar por la gracia. Le encanta la cita de San Agustín: “Ves la Trinidad si ves el amor” (cf. n. 8)
La exhortación apostólica desarrolla con cierto detalle el tema “Eucaristía: Jesús, el verdadero Cordero inmolado.” En esta sección el Papa desarrolla la enseñanza de que la misión por la cual Jesús se hizo presente entre nosotros se cumple en el misterio pascual.
“En el misterio de su obediencia hasta la muerte, y una muerte de cruz. … Jesús es el verdadero cordero pascual que se ha ofrecido espontáneamente a sí mismo en sacrificio por nosotros, realizando así la nueva y eterna alianza. La Eucaristía contiene en sí esta novedad radical, que se nos propone de nuevo en cada celebración” (n. 9).
En su reflexión sobre la institución de la Eucaristía durante la Última Cena, el Papa Benedicto vincula dicha institución con la liberación de Israel de la esclavitud en Egipto citando el contexto de la comida pascual. En la Eucaristía “El memorial de la antigua liberación se abría así a la súplica y a la esperanza de una salvación más profunda, radical, universal y definitiva” (n. 10).
De esta manera Jesús presenta su “novum radical dentro de la antigua cena sacrificial judía.” El Santo Padre expresa: “lo que anunciaba realidades futuras, ahora ha dado paso a la verdad misma” (n. 11).
La exhortación concluye la dimensión trinitaria de la Eucaristía con un desarrollo extenso sobre el papel del Espíritu Santo en la Eucaristía.
“A este propósito es necesario despertar en nosotros la conciencia del papel decisivo que desempeña el Espíritu Santo en el desarrollo de la forma litúrgica y en la profundización de los divinos misterios.” El Espíritu Santo constituía una presencia constante en la vida y misión de Jesús. “Por tanto, Cristo mismo, en virtud de la acción del Espíritu, está presente y operante en su Iglesia, desde su centro vital que es la Eucaristía” (n. 12).
El Espíritu Santo juega un papel decisivo en la celebración eucarística, particularmente con respecto a la consagración y la transustanciación. “El Espíritu, que invoca el celebrante sobre los dones del pan y el vino puestos sobre el altar, es el mismo que reúne a los fieles ‘en un sólo cuerpo,’ haciendo de ellos una oferta espiritual agradable al Padre” (n. 13).