Buscando la
Cara del Señor
El culto a Dios en la Eucaristía exige un testimonio público de fe
(Décimo quinto de la serie)
El Papa Benedicto XVI nos ofrece una cátedra sólida y detallada sobre la Santa Eucaristía en todas sus dimensiones.
Su exhortación apostólica “Sacramentum Caritatis” será un documento que servirá por muchos años como un recurso oportuno para la enseñanza y el estudio del significado de este sacramento. Esta semana reflexionaremos sobre la “Coherencia eucarística” y la “Eucaristía y misión.”
Cuando el Papa habla de la coherencia Eucarística, nos recuerda que el culto para agradar a Dios no puede ser nunca un acto meramente privado.
Nuestras relaciones sociales producen consecuencias. El verdadero culto a Dios, en la Eucaristía, por ejemplo, exige un testimonio público de nuestra fe.
En este contexto, el Papa toca el tema sensible y complejo de aquellas personas que se encuentran en cargos públicos, quienes “han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11: 27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado” (n. 83).
Es decir, el Santo Padre asevera que no podemos mantener en privado nuestra alianza con las enseñanzas morales de la Iglesia y sin embargo oponernos o resistirnos a apoyarlas en discusiones públicas. No son valores negociables ni en público ni en privado.
El culto eucarístico y la recepción de la Comunión tampoco son actos privados. Exigen un testimonio público de nuestra fe. Esta es una cuestión de coherencia eucarística y un recordatorio oportuno de ella.
Debido a que la Eucaristía es un misterio que debe proclamarse, también contiene una dimensión misionaria. “En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. … Lo que el mundo necesita es el amor de Dios. … Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión. … Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (n. 84).
El Papa Benedicto afirma: “La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. … Se puede decir que el testimonio es el medio como la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical” (n. 85).
Continúa resaltando el testimonio de los mártires en nuestra historia cristiana y enfatiza categóricamente sobre el hecho de que aun hoy en día “faltan en la Iglesia mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios” (n. 85).
La reflexión sobre la relación entre la Eucaristía y la misión nos lleva a reconocer “la tarea de la misión: llevar a Cristo.” Mientras más ardiente sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, más claramente reconocerán este objetivo. “Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado” (n. 86).
En este contexto, el Papa Benedicto hace un llamado para lograr una mayor libertad religiosa en cada nación, de modo que los cristianos, así como los fieles de otras religiones, puedan expresar libremente sus convicciones, tanto como individuos, como comunidades (cf. n. 87).
La Eucaristía es un misterio que se debe ofrecer al mundo. “ ‘El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo’ (Jn 6:51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. … Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana. Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que «consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo” (n. 88). †