Buscando la
Cara del Señor
La Pasión nos recuerda que debemos unir nuestras penas y dolores a los de Cristo
La Iglesia de San José en Jasper es una de las más grandes en Indiana.
Posee un encanto increíble y ciertamente surtía ese efecto en mí cuando niño. Al igual que muchas familias hoy en día, nuestra familia tenía un banco predilecto que invariablemente ocupábamos.
De niño creo que había memorizado todos los símbolos e imágenes presentes en nuestra parte de la iglesia.
Y siempre me impactaba cuando al llegar a la iglesia el quinto Domingo de la Cuaresma, llamado Domingo de Pasión, todas las estatuas estaban cubiertas con mantos violetas.
En aquella época era costumbre cubrir las cruces, las estatuas y las imágenes de la iglesia en señal de penitencia y de duelo en vista del advenimiento y la observación de la pasión y muerte de Jesús.
Cuando era monje júnior en Saint Meinrad, por un tiempo mi tarea fue decorar la iglesia. Y cubrir las estatuas e imágenes para la Pasión era una de mis labores. ¡Había muchísimas estatuas!
Después del Concilio Vaticano Segundo y la reforma de la liturgia, muchas prácticas devocionales cayeron en desuso. Extraño algunas de estas prácticas. La expresión tangible de la Pasión es una de ellas.
En El Ordo, el calendario oficial de la Iglesia de 2008, viene la siguiente anotación: “En las diócesis de Estados Unidos, las cruces en la iglesia podrán cubrirse a partir de la culminación de la Misa del sábado de la Cuarta Semana de la Cuaresma, hasta el final de la Celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo. Las imágenes de la iglesia podrán cubrirse a partir de la culminación de la Misa del sábado en la Cuarta Semana de la Cuaresma hasta el comienzo de la Vigilia Pascual.” (Obsérvese que la restitución de esta práctica devocional no es obligatoria.)
Me acojo a esta práctica para señalar la Pasión. Las señales externas y los símbolos que promueven nuestra devoción constituyen un reconocimiento de nuestra necesidad de recursos para fortalecer la fe.
Necesitamos imágenes y símbolos que estimulen nuestra imaginación y dirijan nuestra atención a los cambios en la significación y la experiencia en la vida litúrgica de la Iglesia. Esta es una de las características que distinguen la adoración católica.
Quizás hubo una época en la que hacíamos tanto énfasis en los símbolos devocionales externos que de hecho nos distraían del significado esencial y del papel central que desempeñan la Eucaristía y los misterios que se celebran durante el año litúrgico de la Iglesia.
A fin de lograr un equilibrio litúrgico y devocional después del Concilio Vaticano Segundo, posiblemente nos inclinamos hacia el extremo opuesto.
En cierto modo, es probable que nuestras celebraciones eucarísticas y demás celebraciones litúrgicas pasaran a intelectualizarse demasiado. El corazón, la mente y las emociones son importantes en nuestra experiencia humana de la vida. Lo mismo sucede con nuestra experiencia de la vida litúrgica en la Iglesia.
Con esto no quiero decir que las cruces y las imágenes sagradas deberían cubrirse durante las dos semanas de la Pasión. Sin embargo, prácticas como esta pueden ayudarnos a captar nuestra atención y mantener nuestras oraciones y reflexiones centradas más específicamente en aquello que se está celebrando en el año litúrgico.
¿Y qué hay de la Pasión? ¿Qué debería ser distinto en nuestra adoración y oración? Antes de celebrar la maravilla de la Pascua con Jesús se nos lleva a concentrarnos en el hecho desolador de que sufrió una muerte infame.
Para poder redimirnos de la oscuridad irremediable del pecado que forma parte de nuestra herencia humana, Él asumió libremente la carga de nuestro sufrimiento. Se le condenó injustamente y se le crucificó como a un criminal. Aceptó esa humillación, así como el crudo sufrimiento físico y emocional que eso conllevaba.
Por supuesto, la historia no termina aquí. Pero durante un breve período en el año litúrgico la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el maravilloso obsequio de Jesús con toda su cruda realidad.
Asimismo, durante este breve período de la Pasión nos recordamos a nosotros mismos que, cuando llega nuestro turno de sufrir en esta vida, tenemos la oportunidad de unir nuestro sufrimiento y dolor al de Cristo.
Y resulta provechoso reflexionar sobre el hecho de que nuestra participación en su pasión y muerte le da sentido a nuestro propio sufrimiento. Nadie está exento de la realidad de que la enfermedad y las pesadas cargas de la pérdida humana y el sufrimiento, de alguna forma tocan todas las vidas.
Mientras reflexionamos y rezamos junto con la Iglesia en estas semanas de la Pasión de Jesús, recordemos una vez más que al final, hemos sido liberados del sufrimiento. Caminamos con Él hacia el Reino “donde toda lágrima será enjugada” (Rv 21:4, Rv 7:17).
Estas dos semanas de la Pasión nos recuerdan que llegamos al Reino y a la Pascua por medio de la cruz. †