Buscando la
Cara del Señor
Reza por fortaleza y compasión durante tus ‘raptos de Verónica’
(Sexto de la serie)
Dónde estabas cuando ella enjugó su sagrado rostro?”
La tradición nos habla de una valiente mujer llamada Verónica que fue testigo del recorrido de Jesús por la Vía Dolorosa en Jerusalén hacia el Calvario.
¿Quién era ella? ¿Era compañera de la madre de Jesús? ¿Simplemente era una mujer que casualmente estaba camino al mercado? Quienquiera que fuese, la sexta estación del Vía crucis ejemplifica el valor, la compasión y la espiritualidad práctica.
La valiente Verónica dio un paso hacia adelante y se ofreció a enjugar misericordiosamente el rostro sangrante de Jesús, sin temor a sus verdugos ni a sus látigos. Ofreció compasión a Jesús, aunque no existe indicación de que ella supiera que él era no era simplemente un delincuente necesitado. El espontáneo acto de gentileza de Verónica ilustra la espiritualidad práctica: Utilizó su propio velo para enjugar el rostro de Jesús.
Parte de la tradición de Verónica que data de los primeros siglos del cristianismo, es el detalle de que Jesús dejó la huella de su rostro impreso en ese velo.
Aparentemente fue una recompensa por su amabilidad y, si lo queremos ver así, Jesús dejó una firma de identificación para quien se aventuró a socorrerlo.
La imagen del “rostro del Señor” es un tema que se repite por todo el Antiguo Testamento, especialmente en los salmos. Buscar la cara del Señor, pedirle al Señor que muestre su rostro, son peticiones que aparecen a menudo en las oraciones de la iglesia.
Como muchos lectores saben, el tema del rostro del Señor es uno de mis preferidos. Pienso en este tema en relación con lo que llamo un “rapto de Verónica.”
Cuando estudié en Roma después de mi ordenación como sacerdote, serví como capellán de medio tiempo en un hospital o clínica pequeña cerca de la universidad de San Anselmo donde estudié.
La clínica, que era para mujeres que se preparaban para dar a luz o quienes habían ya dado a luz, se llamaba Santo Volto o el Sagrado Rostro (de Jesús). Pertenecía y funcionaba por medio de las Hermanas del Sagrado Rostro.
Yo celebraba la misa de la mañana para ellas y distribuía la sagrada comunión a los pacientes. Mientras servía a las hermanas y enfermeras, me impresionaba profundamente su compasión y los cuidados que brindaban a las mujeres y los bebés. Me atrajo su devoción hacia el rostro de Jesús, el cual tenía una clara influencia en sus cuidados de salud. Pensé en la clínica del Sagrado Rostro y en la espiritualidad de quienes servían allí como un “rapto de Verónica.” El tema de buscar el rostro del Señor ha permanecido conmigo. Cuando me convertí en obispo, elegí como mi lema “Buscar la cara del Señor” del Salmo 27.
Durante un retiro en una casa de retiro al sur de Louisiana, antes de ser ordenado obispo, estuve buscando una imagen simbólica que pudiese captar mi nuevo ministerio.
Mientras recorría el Vía crucis en el viejo cementerio jesuita, observé que en cada imagen de las estaciones el rostro de Jesús estaba desgastado como por efecto de los vientos y las tormentas de los siglos. Se me ocurrió que una imagen de mi ministerio como obispo podría ser la de dar la definición del rostro de Jesús. Relaciono la imagen con un “rapto de Verónica.”
He pensado a menudo sobre la espiritualidad de la Beata Teresa de Calcuta como un ejemplo de la “espiritualidad de Verónica.” La madre Teresa consideraba el servicio a los pobres como un servicio a Jesús. A menudo hablaba de buscar la cara de Jesús en el rostro de aquellos a nuestro alrededor, y especialmente en los rostros de los pobres. Su espiritualidad ha tenido una influencia importante sobre mi propia espiritualidad como sacerdote y obispo.
El valor, la compasión y la espiritualidad práctica demostrados por la mujer llamada Verónica hacia Jesús en su pasión es ciertamente digna de ser imitada por nosotros.
El hecho de que mostró compasión por Jesús, a quien probablemente conoció únicamente como un delincuente es significativo también para nosotros.
Creo que Verónica podría ser una patrona de las madres y padres que están dispuestos a ayudar a un hijo que ha tenido un pasado problemático, quien quizás haya cometido un terrible error en su vida. Pienso que todos admiramos a las madres y padres que permanecen al lado de hijos descarriados incluso cuando llevan el corazón destrozado y tal vez profundamente avergonzados.
Con seguridad la beata Teresa podría considerarse como la Verónica contemporánea. Ella poseía una profunda compasión por los desposeídos y los excluidos y actuaba movida por esa compasión. Cuando oramos en esta sexta estación del Vía crucis, haremos bien en orar por el valor, la compasión y la voluntad práctica de actuar cuando ocurran esos “raptos de Verónica.”
Los desposeídos y los excluidos, aquellos que viven con errores devastadores, son hermanas y hermanos de nuestra familia ampliada.
Jesús lo dijo. †