Buscando la
Cara del Señor
La oración, la acción y el sufrimiento son ‘escuelas de esperanza’
En su encíclica “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”), el papa Benedicto XVI nos dice que todo aquel que no conoce a Dios, “aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida” (cf. Ef 2:12).
¿Cómo llegamos a conocer a Dios? ¿Dónde hallamos la esperanza?
El papa Benedicto describe tres “lugares” esenciales para buscar a Dios, para conocer la esperanza y practicarla. El primero es la oración, que el Santo Padre denomina una “escuela de esperanza.”
La oración abre nuestros corazones a Dios. Nos hace flexibles ya que nos desafía a apartarnos de nuestras propias preocupaciones y deseos. “El modo apropiado de orar es un proceso de purificación interior que nos hace capaces para Dios y, precisamente por eso, capaces también para los demás” (“Spe Salvi,” #33).
La oración cristiana es siempre personal, un encuentro entre cada persona y Dios. Pero la oración nunca es individualista.
Tal y como nos enseña el Papa, aún la oración personal “ha de estar guiada e iluminada una y otra vez por las grandes oraciones de la Iglesia y de los santos, por la oración litúrgica, en la cual el Señor nos enseña constantemente a rezar correctamente” (“Spe Salvi,” #34).
A través de la oración hablamos con Dios y Él nos habla a nosotros. Nos abrimos a Dios quien nos aleja de nuestro egocentrismo y nos guía hacia el servicio al prójimo. Es así como la oración nos enseña esperanza: recordándonos que nunca estamos solos y colocándonos en la presencia de Dios, la verdadera fuente de nuestra esperanza.
Dios es la base de nuestra esperanza. En la oración encontramos esperanza en “el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza” (“Spe Salvi,” #31).
El segundo “lugar” esencial para aprender y practicar la esperanza es la acción.
El papa Benedicto nos dice que “Toda actuación seria y recta del hombre es esperanza en acto” (“Spe Salvi,” #35). Éste es el motivo que nos impulsa a levantarnos todos los días: porque creemos que nuestros esfuerzos, nuestro trabajo y nuestras relaciones pueden hacer la diferencia.
Ciertamente encontramos obstáculos, derrotas y desilusiones en nuestra vida cotidiana que nos tientan a cuestionar si en verdad hacemos alguna diferencia.
La esperanza cristiana se mantiene firme aún frente a los fracasos personales y a los de la humanidad. Se trata de nuestra fe perdurable. Sé que no podemos construir el Reino de Dios únicamente a través de nuestros esfuerzos y sabemos que la misión que se nos ha encomendado, como personas individuales y como Iglesia, no será una obra final hasta que el Señor vuelva de nuevo. Pero seguimos trabajando; no perdemos la esperanza.
El papa Benedicto señala: “Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo” (“Spe Salvi,” #35).
¿Por qué conservamos la esperanza incluso frente a desafíos y males que parecen desesperanzadores e insuperables? Porque tenemos fe en un Dios que nos amó tanto que envió a su único hijo para que nos redimiera. Porque, al igual que San Pablo, creemos que “ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor” (Rom 8:38-39).
El tercer “lugar” esencial para aprender y practicar la esperanza es el sufrimiento. Ésta es la prueba más ardua: cómo manejamos el misterio del sufrimiento. Como personas y como sociedad se nos reta a aceptar (no a evitar o negar) el hecho de que el sufrimiento constituye una parte inexorable de la vida humana.
Los cristianos pueden aceptar el sufrimiento y no huir de él porque Cristo eligió libremente sufrir por nosotros y con nosotros.
Podemos unir nuestro sufrimiento al suyo y, de este modo, ser testigos (mártires) que eligen sacrificar sus comodidades y su seguridad por el bien del Evangelio.
Tal y como nos lo recuerda el papa Benedicto: “la capacidad de sufrir por amor de la verdad es un criterio de humanidad.” Es también donde damos testimonio de la esperanza cristiana. “Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza” (“Spe Salvi,” #39).
La oración, la acción y el sufrimiento son “escuelas de esperanza.” Recemos para que el Espíritu Santo nos auxilie en nuestros esfuerzos por aprender y practicar la maravillosa virtud cristiana de la esperanza. †