Buscando la
Cara del Señor
La misión de nuestra arquidiócesis es proclamar a Cristo como nuestra esperanza
En nuestros días se dice, se oye y se promete mucho sobre la esperanza. No es de sorprender que ésta sea un creciente anhelo de nuestra cultura.
Durante semanas dediqué mi columna a la virtud sobrenatural de la esperanza, en contraposición a la esperanza natural, basándome en la encíclica del Santo Padre “Spe Salvi” (“Salvados por la esperanza”).
Debo confesar que mi amigo Daniel Conway llevó el peso, ayudándome a imprimir el resumen de la compleja epístola del Papa. Le estoy agradecido.
El motivo por el cual quería concentrar nuestra atención en la esperanza auténtica es muy simple: si Cristo no es el origen y el motivo de nuestra esperanza, al final, las promesas y los esfuerzos para difundir la esperanza resultan efímeros, cuando no inútiles.
Debemos señalar que la misión de nuestra arquidiócesis es proclamar a Cristo como nuestra esperanza. ¿Cómo podemos hacerlo?
Compartimos una tarea conformada por tres partes, una triple responsabilidad de cumplir nuestra misión. Debemos: 1) proclamar la Palabra de Dios; 2) celebrar los Sacramentos de la Iglesia; y 3) practicar el ministerio de la caridad.
Esta triple responsabilidad encierra la misión compartida de nuestra Iglesia local.
En su primera encíclica “Dios es amor” (“Deus Caritas Est”), el Papa Benedicto XVI escribió: “La naturaleza íntima de la Iglesia se expresa en una triple tarea: anuncio de la Palabra de Dios [kerygma-martyria], celebración de los Sacramentos [leiturgia] y servicio de la caridad [diakonia].”
Todos participamos. En un primer momento podría parecer que la responsabilidad le pertenece a los sacerdotes y a los líderes pastorales. Y ciertamente es así, pero no les pertenece exclusivamente.
Todos los que hemos sido bautizados tenemos la obligación de proclamar la Palabra de Dios; participamos en la celebración de los Sacramentos y ayudamos a mantener el ministerio de la caridad de muchas formas.
Los sacerdotes y los diáconos se ordenan para predicar el Evangelio y es su responsabilidad proclamarlo tanto con sus palabras como con sus actos.
Todos los bautizados también deben reflexionar sobre la Palabra de Dios y vivir tal y como Jesús nos enseñó. Todos desempeñamos un papel en la evangelización, trasladando el Evangelio a la vida cotidiana.
La participación en la celebración de los Sacramentos es la fuente de la cual emanan las gracias que necesitamos para experimentar la esperanza que personifica Cristo y para poder compartir esa esperanza como peregrinos de camino a la Casa del Padre.
El ministerio de la caridad es el fruto del poder que nos otorga la Palabra de Dios y la gracia de los Sacramentos, especialmente la Santa Eucaristía. Nuestra vida sacramental no es completa si no nos motiva a amar al prójimo en nuestros hogares, nuestros vecindarios y en la más amplia comunidad social.
Existen formas y medios específicos a través de los cuales compartimos las tres tareas puntuales de nuestra misión como católicos. Nuestras responsabilidades se extienden más allá del hogar familiar y de las fronteras de nuestras parroquias locales.
Compartimos la Palabra de Dios, especialmente mediante nuestra forma de vida, en nuestras interacciones con aquellos a quienes no conocemos, así como con nuestros amigos y vecinos.
Por ejemplo, vivimos con el deber de rezar y trabajar junto con personas de otras culturas. Todos nos cobijamos bajo la bendición de la Palabra de Dios. El carácter multicultural de nuestra familia se hizo evidente en la celebración de nuestro aniversario 175, en la cual experimentamos verdaderamente a Cristo nuestra esperanza, en el estadio Lucas Oil de Indianápolis, el pasado mayo.
Una de las principales tareas de la evangelización es la catequesis, la enseñanza de nuestra fe católica de modo tal que toque nuestros corazones, así como también nuestras mentes, y nos inspire a participar en los Sacramentos y a servir en nuestro ministerio compartido de la caridad.
Nuestras parroquias ofrecen programas de catequesis para ayudarnos en la fe. Los programas para jóvenes y adultos jóvenes resultan vitales. Nuestras escuelas católicas son valiosas fuentes de evangelización y catequesis. Las nuevas iniciativas de ministerios en los campus universitarios tocan el corazón de los estudiantes.
Por supuesto, la proyección de los ministerios hacia el futuro es una preocupación que todos compartimos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un área de concentración que reviste una prioridad especial.
El fomento de la cultura de la vocación como apostolado no es obligación exclusiva de los sacerdotes y religiosos. Tenemos una responsabilidad compartida que tiene un impacto significativo en el futuro de nuestra triple misión católica en la arquidiócesis. Recen por nuestros seminaristas íntegros y dedicados. Aliéntenlos. Nuestro seminario universitario Bishop Simon Bruté College Seminary merece nuestro apoyo entusiasta.
Contamos con un cuerpo de sacerdotes que sirven valientemente. Trabajan arduamente para proclamar la palabra de Dios, celebrar los sacramentos y promover la caridad hacia los necesitados.
El “Año del sacerdote” nos anima a rezar por ellos de un modo especial. Nos exhorta a alentarlos y a comprender que sus vidas son hermosos dones tanto para Dios como para nosotros. Son reflejo de Cristo, nuestra esperanza. Son expresión viva de la compasión en nuestra comunidad. †