Buscando la
Cara del Señor
Los obispos y los sacerdotes proclaman a Cristo como nuestra esperanza en el mundo
El Santo Padre enaltece nuestra arquidiócesis, especialmente al presbiterio, al nombrar a uno de nuestros sacerdotes como Obispo de Cheynne, Wyoming.
El obispo electo, Paul D. Etienne, ha sido un pastor muy querido aquí y seguirá siéndolo en Wyoming.
Cuando el Obispo Etienne sea ordenado el 9 de diciembre, se convertirá en sucesor de los Apóstoles.
En vísperas de su ordenación, no podemos evitar pensar en los 12 Apóstoles, quienes entregaron sus vidas por amor a Jesucristo y a la comunidad de fieles. Sus fascinantes y accidentadas vidas constituyen un testimonio extraordinario de que Dios obra maravillas en nosotros, a pesar de nuestra condición humana. El Arzobispo Edward T. O’Meara solía decir: “¿Acaso no es magnífico todo lo que Dios logra hacer, pese a nosotros mismos?”
Reflexionando acerca de la dignidad de obispo y del oficio del sacerdote en su carta apostólica sobre la formación sacerdotal, el difunto Papa Juan Pablo II cita a San Agustín, en una ocasión en la cual se dirigía a los obispos, con motivo de la conmemoración del martirio de San Pedro y San Pablo siglos atrás: “Somos sus pastores, en ustedes hallamos consuelo. Que el Señor nos dé la fuerza para amarlos al punto de morir por ustedes, en hechos o en voluntad.”
En ocasiones se nos pregunta cómo es la vida de un obispo hoy en día y qué hace falta para serlo.
Un obispo debe ser fuerte. El obispo es un mártir, no en el sentido de lamentarse de sí mismo, sino en el sentido original de la palabra griega. Ofrece su testimonio, al igual que Pedro, a través de su propia vida: “¡Tú eres Cristo, el Hijo del Dios Vivo” (Mt 16:16).
En un mundo seglar que cree únicamente en lo que ve, la consagración y las acciones del Obispo Etienne son un testimonio del Misterio.
La propia vida y la identidad del obispo (y del sacerdote) tiene sus raíces en el orden de la fe, el orden de aquello que no se ve y no en la escala de valores seglares. Y por tanto, en una sociedad secular, ser un líder espiritual y moral representa un desafío muy grande. Por encima de todo, esto significa que nuestras propias vidas son un testimonio de que la familia humana necesita a Dios en un mundo que con frecuencia considera lo contrario.
Los obispos y sacerdotes son sacramentos tangibles del sacerdocio de Jesucristo en un mundo que necesita ver, escuchar y tocar a Jesús y que ya no sabe si puede hacerlo.
En un mundo dividido, el Obispo Etienne, junto con los sacerdotes de la diócesis, será un siervo humilde de la unidad, la unidad en la fe de la Iglesia y la unidad en la caridad de Cristo.
Sin humildad no se puede servir. Sin humildad no es posible construir una comunidad. En una nota en ocasión de mi aniversario de plata como sacerdote, la Madre Teresa escribió: “Sé humilde como María y llegarás a ser santo como Jesús.”
En un mundo en el que muchos no conocen a Cristo, el Obispo Etienne se convertirá en el maestro principal de la Diócesis de Cheyenne, personificando a Cristo el Maestro.
Y al igual que los Apóstoles, el Obispo Etienne, por ordenación episcopal, tendrá la responsabilidad de ser un sacramento vivo del Misterio Pascual de Dios, de ser un humilde siervo para la unidad del Cuerpo de Cristo y de ser un Maestro en la persona de Cristo, la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia. ¡Qué vida tan extraordinaria!
Cuando decimos que los obispos y sacerdotes dan testimonio del Misterio, decimos que deben vivir el Misterio Pascual de modo tal que les permita guiar al pueblo de Dios para que participen en él. Eso tiene distintos significados.
En el corazón mismo del Misterio Pascual se erige la Cruz de Cristo. No debemos tratar de pasar por alto el Misterio Pascual intentando restarle importancia a la crucifixión como el camino a la gloria de la resurrección. El amor de Dios se comparte libremente, pero las dádivas tienen un precio. Los obispos y los sacerdotes están llamados a proclamar a Jesucristo.
La identidad de la Iglesia y la identidad de la comunidad en la oración se arraigan en el misterio de Dios. La identidad del obispo y del sacerdote se arraiga en el misterio de Cristo. No se puede tratar de comprender el ministerio y la identidad sacerdotal desvinculándolas del misterio de Cristo. Y por tanto, con frecuencia se nos malinterpreta.
El motivo que nos impulsa a atender el llamado del ministerio de la Iglesia es el amor de Jesucristo y ese amor despierta en nosotros un amor pastoral por la colectividad, no por unos cuantos privilegiados. El amor a Dios es el motivo que nos lleva a querer servir y no a ser servidos.
El amor pastoral de Cristo en nosotros fomenta la unidad y la comunión con la Iglesia en un mundo dividido. Los obispos y los sacerdotes proclamamos a Cristo como nuestra esperanza en un mundo que anhela la esperanza. †