Buscando la
Cara del Señor
Los sacerdotes son intercesores de la familia humana de Dios
Continúo mis reflexiones sobre el sacerdocio en este Año del Sacerdote. El 9 de diciembre el obispo designado, Paul D. Etienne, recibirá la ordenación en la plenitud del sacerdocio.
El sacerdote elige aceptar el llamado de Dios a vivir en el corazón mismo de la realidad humana y la divina. No podemos imaginarnos un modo de vida que llegue a las personas de manera más profunda y que habite más cerca de Dios.
Es una vida hermosa y desafiante que refleja la propia vida de Jesús. La vida y el ministerio de los sacerdotes ayuda a innumerables personas a entender más plenamente la belleza de la vida cristiana. Ayudan a un sinfín de personas a comprender un poco mejor cómo el misterio de nuestra vida cristiana puede convertir en una “poesía dadora de vida la monotonía de la prosa cotidiana” (Cf. In Conversation With God [En conversación con Dios], Sexta semana de la Pascua, viernes, p. 546).
Los sacerdotes son intercesores: intercesores en el misterio, intercesores en la oración, intercesores en la bendición, intercesores en la Palabra, intercesores en lo sagrado e intercesores en el amor y la misericordia.
En una ocasión, a su regreso de una peregrinación a Ars, donde el humilde padre Juan Vianney era pastor, la gente le preguntó a un abogado de Lyons en Francia, qué había visto en aquella localidad.
Respondió: “Vi a Dios en un hombre.”
El sacerdote es un mediador entre Dios que se encuentra en el cielo y nuestra familia humana, todavía peregrina en este mundo terrenal. ¡Ese aspecto del ministerio del sacerdocio puede resultar abrumador!
El Cura de Ars nos brinda consuelo: no era un letrado, no era rico ni tenía salud. Pero en su corazón albergaba amor a Dios. Ese amor le permitía realizar milagros pastorales.
El amor de ese humilde sacerdote hacia Dios fue el vehículo que reveló el misterio del amor de Dios hacia las personas; su amor a Dios reveló el misterio de lo sobrenatural. El amor a Dios, no a sí mismo, convirtió a este hombre en intercesor del misterio.
Los sacerdotes son mediadores del misterio divino como intercesores en la oración. Mediante la ordenación, se otorga a los sacerdotes el deber de ensalzar a Dios, en el nombre del Pueblo de Dios, alabar las bondades y la belleza de Dios y el don de la salvación.
Los sacerdotes interceden por el pueblo de Dios a través de la oración. A menudo intercedemos por la comunidad por medio de la oración; a menudo rezamos por la comunidad y en su nombre.
Si bien por lo general rezamos la Liturgia de las Horas en privado, no rezamos para obtener gracias particulares.
Ya en la ordenación como diáconos, los sacerdotes prometen ser intercesores en la oración y no solamente en la Eucaristía. Nuestras oraciones van más allá de la piedad particular, pese a la importancia que ésta reviste.
Como intercesores conscientes estamos obligados a fomentar un profundo amor por la Liturgia de la Eucaristía y la Liturgia de las Horas.
Los sacerdotes son intercesores de bendiciones. Con frecuencia las personas nos piden que las bendigamos. Nos piden que bendigamos objetos: medallas, rosarios, velas, sus hogares y las Biblias, así como otras cosas.
El monseñor Ronald Knox escribió en una oportunidad: “Si observamos una ordenación católica veremos que el sacerdote se entrega a Dios no sólo en cuerpo y alma, no sólo como hombre sino como un objeto. Cuando el ordenado yace tendido e inmóvil durante las letanías se pensaría que se trata de un objeto inanimado. ... En efecto, el sacerdote concuerda, en cierto sentido, con la definición de Aristóteles de un esclavo: se ha transformado en una herramienta viviente. … En las manos consagradas del sacerdote los fieles pueden atisbar un eco de lo sobrenatural” (Knox, The Belief of Catholics, [La fe de los católicos] p.151).
Y por tanto, nos piden que los bendigamos. Si bien puede ser difícil para el sacerdote entender que sus manos consagradas puedan imponer la bendición de Dios, mediante nuestra ordenación nos convertimos en intercesores del misterio y la bendición.
Uno de los papeles fundamentales en el ministerio es ser intercesores de la Palabra de Dios revelada en Jesucristo. En nuestra ordenación se nos otorga la cualidad de dirigentes para proclamar la Palabra de Dios.
Se nos autoriza como administradores de la Palabra de Dios. Se nos encomienda y se nos reviste como servidores leales de Su Palabra todo el tiempo. Las palabras pronunciadas durante nuestra ordenación como diáconos retumban en nuestros oídos: “Cree en lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas.”
Los sacerdotes son intercesores de los Sagrados Misterios en el sendero de la vida, donde quiera que sean llamados a servir. Acompañamos a nuestros hermanos desde el momento de su nacimiento hasta las puertas del cielo.
De la cuna a la tumba, debemos servir de guías, ofrecer consuelo, ser ministros de salvación y agentes de la gracia sacramental junto a innumerables hermanos y hermanas.
La celebración de los sacramentos, por encima de todo, la Eucaristía, es un privilegio increíble y una responsabilidad. Ciertamente se puede decir que es la principal razón de nuestra ordenación.
Cristo nos llama por medio de la Iglesia, por medio de la voz del obispo, para llevar su mensaje de salvación al Pueblo de Dios. †