Buscando la
Cara del Señor
El testimonio de los jóvenes debería guiarnos a medida que comenzamos nuestra campaña anual
Hace seis años sugerí a nuestros líderes de los ministerios arquidiocesanos para la juventud que ofreciéramos un proyecto de servicio anual para los jóvenes y que éste se ofreciera aquí mismo, en casa, como una oportunidad para servir a Cristo a través de los pobres. Nuestros líderes aceptaron el reto y llamaron al programa archdiocesan Homeland Mission Project (Proyecto Misión en la Comunidad Arquidiocesana).
Elogio los proyectos de servicio llevados a cabo en otros países, tales como Haití o América Latina, pero deseo que nuestros jóvenes también descubran la pobreza impactante que azota a nuestra propia Arquidiócesis. El programa no solamente está destinado a brindar asistencia a los necesitados de nuestra propia comunidad sino que, al mismo tiempo, el objetivo es que los jóvenes puedan ver a Cristo en aquellos a quienes sirven y que aquellos que son servidos vean a Cristo en nuestros jóvenes.
El proyecto Archdiocesan Homeland Mission Project se convirtió en una experiencia popular para los jóvenes de la escuela secundaria en toda la Arquidiócesis. Líderes y jóvenes describen el proyecto como una semana de servicio poderosa y colmada de fe.
Todos los veranos recibo cartas de los participantes agradeciéndome por la oportunidad. He aquí una muestra de los comentarios que he recibido:
“Muchas gracias por permitirnos servir y atender las necesidades de la ciudad en la que vivimos. Agradecemos enormemente su aporte a lo largo de los años para ayudar a que esta misión continúe.”
Otro decía: “Homeland Mission fue un proyecto excelente y realmente me acercó más a mi fe. Disfruté la misión: ayudar a otros necesitados y convertirme en discípulo de Cristo.”
Otro joven escribió: “Las diversas formas de servicio me abrieron los ojos a las numerosas maneras en las que puedo ayudar a aquellos que lo necesitan.”
Un sentimiento común que expresaron los jóvenes fue su agradecimiento por la oportunidad de llegar a conocer a sus compañeros mientras servían a los necesitados.
Si se les brinda la oportunidad, nuestros jóvenes católicos participan de forma entusiasta en el servicio desinteresado a aquellos que lo necesitan. Y si se les da cierta orientación, llegan a ver a Cristo en los pobres y en ellos mismos.
Algunos comentaron que habían abierto los ojos y que buscarán oportunidades para continuar con esta misión como miembros de nuestra comunidad católica. Por supuesto, su respuesta a esta iniciativa de servir a los pobres en casa resulta gratificante.
A nadie debería sorprender que una de mis intenciones al lanzar el proyecto Homeland Mission Project era difundir la historia de las sorprendentes necesidades de muchos de nuestros pobres y crear conciencia de que a través de la fe debemos ver a Cristo en ellos e imitar su predilección por los pobres. Ojalá existiera una forma práctica para contribuir a que muchas más personas de nuestra Arquidiócesis vean las necesidades de muchos de nuestros hermanos y hermanas humanos de todas las edades.
Uno de los objetivos no tan exitosos de mi ministerio como arzobispo ha sido ayudar a que los parroquianos vean más allá de las fronteras de la parroquia y reconozcan la pobreza de innumerables personas en el centro y el sur de Indiana. Como decía a menudo la beata Teresa de Calcuta, los pobres necesitan que alcancemos y toquemos a aquellos que sufren de muchas formas distintas y solitarias. Debemos servirlos tal y como deseamos servir a Cristo.
No todo el mundo puede dedicar tiempo para buscar a los necesitados en toda la Arquidiócesis y verdaderamente tenderles la mano que necesitan. Que Dios bendiga a aquellos que sí pueden.
En cuanto al resto de nosotros, hay una oportunidad para marcar la diferencia para los pobres que se encuentran entre nosotros. Hace un año remodelé nuestra campaña anual y la llamé basándome en lo que realmente es: “Cristo, nuestra esperanza: compasión en nuestras congregaciones.”
El papa Benedicto XVI nos recuerda que en nuestra Iglesia compartimos un ministerio que consta de tres aspectos: la proclamación del Evangelio, la celebración de los sacramentos y la misión de la caridad. También nos enseñó que estos tres aspectos son inseparables.
Nuestra misión de caridad se extiende más allá de las fronteras de nuestra parroquia porque somos miembros de una Iglesia que sobrepasa dichas fronteras. Somos un cuerpo, el Cuerpo de Cristo.
Con todo y lo que nos gustaría, no podemos hacer una pausa de una o dos semanas para salir a la calle y recorrer los caminos que nos conducen a los pobres que representan a Cristo. Algunos podrían sentirse tentados a decir: “Ya va nuevamente a pedirnos dinero.” Y tienen razón. Lo hago porque es la forma práctica para ayudar a aquellos que lo necesitan.
Pronto lanzaremos nuestra campaña Cristo, nuestra esperanza 2010. Una buena parte de nuestras contribuciones a esta campaña se destina a servir a los pobres que se encuentran entre nosotros, mediante nuestras agencias de caridad y nuestras comunidades parroquiales de misión local cuyos recursos son limitados.
Tengo la esperanza de que el testimonio de nuestros jóvenes guiará el camino para ayudarnos a relatar la historia de lo que ellos han visto y vivido. †