Buscando la
Cara del Señor
Deje que Dios se convierta en su ‘amigo de toda la semana’ en el Tiempo Ordinario
La temporada de la Navidad culminó con la festividad del Bautismo del Señor, el 9 de enero. Ahora por un tiempo, hasta el Miércoles de Ceniza, observamos lo que la Iglesia llama el Tiempo Ordinario. Después de la temporada de la Cuaresma y la Pascua, se retoma el Tiempo Ordinario hasta el siguiente Adviento.
El difunto cardenal Basil Hume, O.S.B., arzobispo de Westminster en Inglaterra, ha sido uno de mis modelos a seguir predilectos en lo que respecta a la reconciliación de la espiritualidad práctica. Murió de cáncer en junio de 1999.
Describía la intervención del Tiempo Ordinario del ciclo litúrgico de la Iglesia como la temporada para una reflexión tranquila. Con frecuencia hablaba y escribía acerca de la necesidad de quietud y paz en la rutina de nuestras vidas, con énfasis en las lecturas de las escrituras.
A menudo me remito a un breve texto que escribió sobre “El misterio del amor.”
Escribió:
“La santidad supone una amistad con Dios.
“El avance hacia la realización del amor de Dios es similar a nuestra relación con otras personas.
“Existe un momento que no podemos señalar ni captar exactamente, en el cual un conocido se convierte en un amigo.
“En cierto modo, la transición de uno a otro ha estado ocurriendo durante algún tiempo.
“Pero llega el momento en el que sabemos que podemos confiar en el otro, intercambiar confidencias, guardar los secretos. Somos amigos.
“En nuestra relación con Dios tiene que haber un momento así, en el cual deja de ser tan sólo un conocido de domingo y se convierte en un amigo de toda la semana”
(A Spiritual Companion [Un compañero espiritual], Paraclete Press, 2001, p. 11).
Para que Dios se convierta en un “amigo de toda la semana” se requiere reflexión y oración.
Y el Tiempo Ordinario es ideal para ello. No obstante, estar en silencio y quietud es un arte que debe aprenderse. El aprendizaje es esencial si no queremos estar atrapados en los aspectos meramente seculares y materiales de la vida.
Debemos escaparnos de la frivolidad del secularismo y de la atracción del materialismo.
El cardenal Hume señala que “la verdadera religión no condena lo material, ni tampoco irrespeta las leyes de la ciencia, la economía o la medicina, sino que enseña que el mundo es bueno, que somos administradores de la creación y que al cultivar su riqueza trabajamos junto al Creador” (Cf. A Spiritual Companion [Un compañero espiritual], Paraclete Press, 2001, p. 74).
El cardenal Hume también advierte que un administrador puede convertirse muy fácilmente en un explotador y que la perfección del ser individual es un fin en sí mismo. Y por consiguiente hace notar que de vez en cuando debemos retirarnos para estar quietos y en silencio, para adquirir una nueva perspectiva, para ver más allá de este mundo y para buscar el origen y el propósito de todo.
Quédate quieto y en silencio; observa y escucha; entonces, tal y como San Pablo escribió a los Romanos, a partir de lo visible llegamos a conocer a aquél que está más allá de las experiencias de nuestros sentidos. (Ibid.)
Si deseamos que Dios sea un “amigo de toda la semana” debemos también ahondar en busca de la humildad y la confianza que exige la amistad.
El cardenal escribió: “Cuando no obtienes consuelo en la oración, cuando sientes que no vas a ningún lado, quizás esa sea la mejor oración que jamás hayas pronunciado, porque no lo haces por tu propio bien, sino por el de Dios. Busca siempre el Dios del consuelo, nunca el consuelo de Dios. Siempre sucede así.
“Muy a menudo estamos consternados y simplemente no sabemos cómo rezar, con una sensación de profunda desorientación. En tales momentos conviene que nos veamos más bien como el cordero perdido de la parábola, enredado en la zarza y rodeado de niebla; mientras más tratas de escaparte de la zarzamora, más te enredas. Mientras más intentas atravesar la niebla, más probable es que te pierdas. Cuando te sientas así, sólo aguarda en tu oración; espera que Él venga a desenredarte” (A Spiritual Companion [Un compañero espiritual], p. 77).
Esperar a Dios en la oración exige no solamente humildad y confianza, pero más concretamente, requiere fe en Él y la convicción de que somos lo suficientemente importante ante sus ojos para que Él venga a socorrernos. Requiere quietud y sosiego recordar que el Buen Pastor deja a las 99 para buscar a la que se ha perdido. Necesitamos paciencia para esperar y creer que Dios conoce nuestras necesidades.
El Tiempo Ordinario y nuestra búsqueda para encontrar a Dios como nuestro amigo toda la semana nos lleva a la quietud y a la reflexión, a la oración. No tenemos que ser perfectos en la oración. Nuestra tarea es dedicar el tiempo y dejar que Dios haga su parte.
La amistad de la semana con Dios es un obsequio dadivoso que nos aguarda, independientemente de nuestra situación en la vida. †