Buscando la
Cara del Señor
La devoción y la veneración genuina siempre nos conducen a Dios
Un amigo me pidió que lo ayudara a repasar las enseñanzas católicas sobre nuestra devoción a María, a los santos y a los ángeles.
Con gran frecuencia se critica a los católicos por nuestra devoción a la Santa Madre María y a los ángeles y santos.
En ocasiones se nos acusa de adorar a María o de hacer de los santos unos ídolos falsos. El mes de mayo quizás sea un buen momento para repasar nuestra creencia católica con respecto a María, la Santa Madre de Cristo.
No adoramos a María tal y como adoramos a Dios el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ciertamente a veces le rezamos a la Santa Madre, pero se trata de una oración pidiendo su intercesión.
Creemos que su intercesión es poderosa ante Dios ya que de todas las personas humanas, ella es la más cercana a Jesús por ser su madre. Ese puesto privilegiado de Madre de Dios no la hace divina, pero es indudablemente muy poderoso.
Cuando intento ayudar a que los críticos entiendan nuestra creencia en cuanto a las devociones y oraciones a María, utilizo el ejemplo de preguntarle a un amigo que interceda ante alguien importante de quien solicitamos su ayuda por alguna causa. Le pedimos a alguien cercano a esa persona importante (a quien no tenemos acceso personalmente), que nos ayude, que interceda por nosotros. Así funcionan nuestras oraciones a la Santa Madre o a nuestro santo preferido.
Nuestra tradición de devoción a la Madre de Dios ha sido una constante desde tiempos ancestrales. El difunto Papa Juan Pablo II creó una nueva conciencia sobre el papel importante que desempeña María en nuestra fe. Estaba profundamente convencido de que ella había intercedido por su vida en muchas ocasiones. Por supuesto, creció con una gran devoción a María heredada de su padre y de su herencia polaca.
Quizás el ejemplo más impactante de su convicción sobre la intercesión de María en su vida fue cuando ocurrió el intento de asesinato en su contra. Estaba firmemente convencido de que si bien “un dedo tiró del gatillo, otro dedo,” el de la Santa Madre, dirigió la bala a menos de un centímetro de una herida mortal.
Entregó la infame bala al santuario de Nuestra Señora de Fátima donde fue colocada en la corona de María. Entregó la faja blanca bañada en sangre que llevaba ese aciago día al Santuario de Nuestra Señora de Czestochowa. La faja cuelga junto al famoso icono de Nuestra Señora.
Estos gestos del difunto Santo Padre no son actos de adoración a María; constituyen una expresión de su amor por ella y su gratitud por su intercesión.
Los milagros son obra de Dios; tal vez por medio de la intercesión de María o de los santos. Debido a la santidad o al mérito de sus vidas, creemos que pueden conquistar la gracia especial de Dios.
Cuando se le atribuyeron milagros a Santa Theodora Guérin durante el proceso de su beatificación y canonización, creemos que éstos fueron concedidos por Dios por medio de su intercesión. Su santidad, una gracia de Dios en sí misma, obtuvo la intervención especial de Dios en respuesta a la oración a la Madre Theodore pidiéndole su ayuda intercesora.
Le tengo una devoción especial a San José, así como a la Santa Madre. Rezo por su intercesión a diario para mis intenciones particulares. Hay un dicho que dice que la intercesión de San José es “lenta pero segura.”
¿Eso significa que adoro a San José? No. Significa que debido a su responsabilidad como padre de Jesús durante su infancia y juventud, seguramente goza de una relación práctica con él. Es un santo que trabajó con sus manos y estaba atento a las instrucciones de Dios.
También siento un afecto especial por la Madre Theodore Guérin y la Beata Teresa de Calcuta. Ellas volcaron por completo sus vidas a Jesús en las circunstancias más difíciles. Seguramente el mérito de sus vidas les otorga un poder de intercesión ante Dios.
Si bien es cierto que tenemos imágenes e iconos preferidos de María y los santos, no veneramos imágenes, como creen algunos de nuestros amigos no católicos. Nuestras estatuas e imágenes son recordatorios de nuestra devoción a la Madre de Dios y a los Santos. Es similar a conservar a la vista fotos de nuestros seres queridos como recordatorio de nuestro cariño por ellos y del suyo por nosotros.
El Catecismo Católico de Estados Unidos para Adultos observa: “Basándonos en nuestra fe en la Encarnación de Cristo, veneramos imágenes de Cristo, María, los ángeles y los santos. No adoramos las imágenes en sí mismas, pero al venerarlas, veneramos a quienes ellas representan: Jesucristo, María, un santo, o un ángel. Esto, a su vez, puede llevarnos a obtener una contemplación más profunda del propio Dios.” (p. 347).
La veneración de una imagen o un santo no es adoración. La devoción o la veneración genuina, de hecho, nos conducen siempre a Dios. †