Alégrense en el Señor
La alegría se transmite de una persona a otra
La alegría es contagiosa. No podemos crearla. Se “transmite” mediante contacto personal con otras personas alegres.
El papa Francisco nos dice que el encuentro personal con Jesucristo es la fuente de toda la alegría cristiana. Pero el camino a la alegría es sinuoso. Supone enfrentarnos a nosotros mismos, asumir nuestros defectos y superar muchos obstáculos a lo largo de ese camino.
La tristeza y la desilusión son hechos inevitables de la vida. No podemos sepultar ni ignorar nuestras heridas emocionales, físicas e incluso espirituales. Tenemos que sufrirlas. La única forma para participar en la alegría de la resurrección es a través del camino de la cruz.
En su exhortación apostólica, “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), el papa Francisco nos señala—sin dorarnos la píldora—los obstáculos que enfrentamos, pero nos asegura que siempre contamos con la alegría gracias a la infinita misericordia de Dios.
¿Dónde encontramos a Jesús y recibimos el regalo de su alegría? Ciertamente lo encontramos en la oración y en los sacramentos de la Iglesia.
Pero el papa Francisco también nos recuerda las poderosas palabras del Señor: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí” (Mt 25:40).
El papa nos dice que siempre que ayudamos a los demás y somos capaces de salir de nuestra comodidad para dar cabida a los pobres y marginados, encontramos a Jesús. En el momento en el que nos aventuramos y acogemos el “espíritu misionero” del Evangelio, descubrimos, y somos capaces de compartir, la alegría que este encierra.
Ayudándonos mutuamente a hacer frente a nuestros espíritus quebrantados, nos ayudamos a hallar la alegría. Esto es una gran paradoja. En lugar de la frenética búsqueda de una felicidad frívola a través de métodos artificiales, encontramos una alegría duradera al comprender lo quebrantado de nuestros espíritus y, entonces, abrimos nuestros brazos al prójimo, independientemente de cuán repulsivas o aparentemente insaciables sean sus necesidades.
“Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron” (Mt 25:35-36).
En este contexto tan revelador, ¿qué oportunidad nos brinda el espíritu Santo en la arquidiócesis de Indianápolis? ¿De qué forma se nos llama a encontrar a Jesús, la fuente de toda la alegría, en los hambrientos, los indigentes, los enfermos y los reclusos en nuestras comunidades locales aquí en el sur y el centro de Indiana?
¿Acaso el Espíritu Santo nos abre una puerta en los barrios más violentos de nuestra arquidiócesis? ¿Acaso Dios nos llama a examinar los motivos fundamentales de la violencia en las familias y en la sociedad? ¿De qué forma construimos núcleos familiares sanos? ¿Qué sucede en las familiares y en la sociedad que crea tantos sentimientos de violencia y amargura? Hoy en día muchas personas (inclusive jóvenes) no comprenden el valor de la vida y de la muerte. ¿Quién tiene la culpa de esto?
Espero que el proceso que hemos comenzado, llamado Conectados en el Espíritu, nos lleve a descubrir nuevas formas para comprender el significado de ser comunidades parroquiales que colaboran entre sí como miembros unidos de una iglesia específica (la Arquidiócesis de Indianápolis) y de la Iglesia universal.
La colaboración no debe ser simplemente una palabra de moda, algo de lo que solamente se habla. Debe ser una señal auténtica del espíritu misionero que, según nos recuerda el papa Francisco, es un elemento esencial de quiénes somos como personas y como Pueblo de Dios.
El papa Francisco nos desafía: ¿Acaso nos movemos demasiado rápido, trabajamos muy arduamente, apoyándonos en nuestros esfuerzos individuales en vez de en la gracia de Dios que actúa a través de la comunidad de fe? Esas preguntas reciben mejores respuestas en el silencio reflexivo de la oración. El Santo Padre nos da permiso para avanzar más despacio, para mantenernos en silencio y para rezar antes de actuar. Nos exhorta a la “acción contemplative” y a dejar que el Espíritu Santo guíe nuestros esfuerzos para ayudar a otros (los más necesitados de nuestros hermanos y hermanas en Cristo).
El Espíritu Santo se encuentra con nosotros y nos guía, aquí, en la arquidiócesis de Indianápolis. Eso hace posible transmitir el mensaje de esperanza y salvación del Señor con gran alegría, independientemente de lo que esté sucediendo en nuestras propias vidas, en nuestras familias, en nuestras parroquias y la arquidiócesis, y en todo el mundo.
En esta temporada de la Pascua, recemos para encontrar la alegría donde menos lo esperemos, en los rostros de aquellos que más necesitan nuestro amor.
Oremos para poder “contagiarnos de alegría” como si fuera una fiebre que se disemina por toda la arquidiócesis llenando nuestros corazones con el fuego del amor de Dios. †
Traducido por: Daniela Guanipa