Alégrense en el Señor
Visitar a los prisioneros brinda el consuelo y la esperanza de Nuestro Señor
En el transcurso del último año y medio he venido planteando la interrogante: “¿Qué oportunidad nos brinda el Espíritu Santo en la Arquidiócesis de Indianápolis?” Estoy convencido de que uno de nuestros llamados es a proclamar la misericordia de Dios a todo aquel que necesite perdón y consuelo.
La misericordia de Dios se expresa concretamente en las obras corporales de misericordia: alimentar al hambriento y dar de beber al sediento, vestir al desnudo y dar albergue al indigente, visitar a los enfermos y a los prisioneros, y dar sepultura a los muertos. Se les conoce como “obras de misericordia” porque revelan de maneras muy prácticas el amor de Dios que infunde vida y su compasión por todos sus hijos.
Las últimas tres obras corporales de misericordia—visitar a los enfermos y a los prisioneros, y dar sepultura a los muertos—nos desafían a salirnos de nuestra comodidad de formas muy específicas y, a menudo, desagradables. Muy pocos son los que disfrutan estar con los enfermos o los prisioneros, y nuestra cultura promueve la denegación de la muerte para mantenerla alejada de nuestras mentes y nuestros corazones. La misericordia de Dios nos llama a superar nuestra aversión a la enfermedad y la muerte, y a perdonar a quienes nos han faltado.
El papa Juan Pablo II nos enseñó a realizar las obras de misericordia: visitó en la cárcel al hombre que intentó matarlo; acogía a los enfermos, inclusive a las víctimas de todo tipo de enfermedades.
El papa Francisco también ha demostrado su compromiso con las obras corporales de misericordia. ¿Recuerdan el año pasado cuando rompió con la tradición del Jueves Santo y decidió lavarles los pies a los presos del centro de detención juvenil de Casal del Marmo, en Roma? Un año más tarde, lavó pies en el Centro Don Gnocchi, un hogar para ancianos y discapacitados en Roma. Mediante estos poderosos gestos el Santo Padre transformó algo que se había convertido en una práctica remota y ritualizada, y la devolvió al impactante contexto original de Jesús, el Señor y Maestro, quien lavó los pies de sus discípulos y nos ordenó que hiciéramos lo mismo.
¿Qué oportunidad nos está presentando el Espíritu Santo aquí?
Una posibilidad muy real es en el campo del ministerio en los penales. En Indiana hay 23 cárceles estatales para adultos y seis correccionales para jóvenes. También tenemos dos cárceles federales, una de máxima seguridad y una de seguridad media, ambas ubicadas en Terre Haute. Casi 30,000 personas (la mayoría hombres adultos) se encuentran en nuestros penales estatales y más de 3,000 adultos (todos hombres) están encarcelados en nuestras prisiones federales.
Recientemente celebré la Misa en la Cárcel de Mujeres de Indiana, ubicada en la zona oeste de Indianápolis. Más de 400 mujeres están encarceladas en este penal y muchas de ellas están clasificadas como reclusas con “necesidades especiales,” tales como enfermedad mental y embarazo. El rango de edades varía desde jóvenes sentenciadas como adultas, hasta ancianas. La Cárcel de Mujeres de Indiana tiene el único corredor de la muerte para mujeres de Indiana, pero gracias a Dios en este momento no hay ninguna mujer sentenciada a morir en nuestro estado.
Estoy profundamente agradecido con los sacerdotes, diáconos y laicos que atienden las necesidades de las prisioneras de la Cárcel de Mujeres de Indiana y de todos los reclusos de nuestra Arquidiócesis. Son verdaderos ángeles de misericordia. No juzgan—los tribunales ya les han transmitido el juicio de la sociedad a esos hombres, mujeres y menores que se encuentran presos en los penales de Indiana—; en lugar de ello, les ofrecen consuelo, esperanza y el perdón de Jesucristo que nos ama a todos a pesar de nuestros pecados. A través de esta obra corporal de misericordia específica—visitar a los presos—se comparte generosamente el consuelo y la esperanza de Nuestro Señor con quienes más lo necesitan.
El papa Francisco nos desafía a resistir el poderoso impulso de ignorar a nuestros hermanos y hermanas prisioneros. Es cierto que están fuera de la vista y de los corazones de muchos de nosotros, pero esto en sí mismo puede llegar a ser un gran problema. ¿Cómo podemos seguir adelante con la obra del Señor si no estamos dispuestos a lavarles los pies aquellos que se encuentran al margen de la sociedad, alejados de nuestros hogares, barrios y comunidades parroquiales? Jesús no se apartó de los pecadores; se acercaba a ellos, los sanaba y los amaba. Nos guste o no, nos dijo que debemos hacer lo mismo.
A medida que emprendemos la importante labor de la planificación pastoral, los alentaré para que profundicemos en esta obra corporal de misericordia específicamente. Que por la gracia del Espíritu Santo podamos crear nuevas oportunidades al acercarnos a los que más necesitan del amor y la misericordia de Dios, tanto en este momento como cuando se reincorporen a la sociedad. †
Traducido por: Daniela Guanipa