Alégrense en el Señor
‘Aguardar la bendita esperanza’ no es tan fácil como parece
“Mientras aguardamos la bendita esperanza, es decir, la gloriosa venida de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Ti 2:13-14).
Todos los días durante la misa, y de un modo especial durante la temporada del Adviento, oramos sobre “aguardar la bendita esperanza.” Nuestra fe nos enseña que el Señor vendrá nuevamente y nos dice que su venida será una época de gran alegría, un momento en el que toda lágrima será enjugada y que veremos realizadas todas nuestras esperanzas.
Creemos en esto ya que es un componente integral de la esperanza cristiana. Un día, el Señor vendrá otra vez y la obra de redención del mundo (y nuestra propia redención personal) se completará.
Como integrante de la Congregación del Santísimo Redentor (Congregación Redentorista), me encuentro plenamente consciente de esta verdad fundamental de nuestra fe. El proceso que comenzó con la promesa que realizó Dios al pueblo elegido, a los judíos, y que llegó a su plenitud mediante la encarnación de Cristo y su pasión, muerte y resurrección, concluirá en el día final.
Aguardamos este día, la segunda venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo; pero existen distintas formas de aguardar. Como bien saben aquellos que han quedado atrapados en el tráfico en la autopista 65, esperar puede resultar agobiante. Y quienes se han encontrado alguna vez en una sala de emergencia, saben que la espera puede ser muy dolorosa.
Por un lado, está la espera deseosa, como cuando un familiar o un amigo está a punto de regresar tras una larga ausencia. Está la espera ansiosa posterior a la extirpación de un tumor, cuando todavía no se tienen los resultados de la biopsia. Y muchos de nosotros hemos vivido lo que podríamos llamar una “espera odiosa” cuando, por ejemplo, alguien a quien le confiamos que hiciera algo muy importante no cumple con lo prometido.
Esperar o aguardar no es algo que hacemos naturalmente. Estamos acostumbrados a la gratificación inmediata de nuestros deseos, a las soluciones fáciles. No nos gusta esperar en las filas largas y nos irrita que la comida que pedimos en el restaurante tarde más en llegar de lo que teníamos pensado.
¿Qué significa para nosotros aguardar con esperanza? ¿Acaso es tan solo una frase bonita sobre la que reflexionamos durante la época del Adviento? ¿O nos dice algo importante acerca de quiénes somos como “discípulos misioneros de Jesucristo” (tal como nos llama el papa Francisco)?
Como discípulos misioneros, creo que encontramos a Dios, primero y principal, en la oración y en el servicio amoroso que prestamos a los demás y que alimentamos y sustentamos con nuestras oraciones.
La oración auténtica exige paciencia. Abrimos nuestros corazones a Dios; compartimos con Él nuestras esperanzas, temores y deseos más profundos; le pedimos ayuda; prometemos ser más fieles y no pecar más, con la ayuda de Su gracia. Y, a continuación, aguardamos la respuesta de Dios.
El papa emérito Benedicto XVI escribió que la oración es “la esperanza en acción.” Es acción porque tomamos la iniciativa y nos acercamos a Dios, que siempre está allí, constantemente acompañándonos en cada etapa de la travesía de la vida. La oración también es una profunda expresión de esperanza porque requiere que nos deshagamos de nuestra necesidad de recibir respuestas inmediatas o predeterminadas. La oración nos enseña a esperar y a confiar con esperanza.
Comenzamos el año eclesiástico con una temporada de espera, un momento de expectativas y de añoranza. El Adviento nos prepara para celebrar la Navidad sin caer en la trampa de las expectativas superficiales o poco realistas. Nos enseña que el obsequio más grande de la Navidad es el Señor mismo.
El Adviento nos enseña que lo que verdaderamente ansiamos en esta época del año (y siempre) es un encuentro personal con Jesucristo. Nos recuerda que realmente podremos disfrutar de todas las alegrías de la Navidad y de la segunda venida del Señor si aprendemos a esperarlas con recogimiento.
Aguardar con esperanza no es tan fácil como parece. Requiere paciencia, confianza y la creencia firme de que Dios escuchará y responderá nuestras súplicas. Esperamos que el señor nos conceda todo aquello que verdaderamente deseamos y necesitamos, y que su venida, tanto en esta Navidad como en el día final, sea nuestra máxima fuente de alegría.
Y así, rezamos: Maranâ thâ’ (Señor nuestro, ven)! Ayúdanos pacientemente. Prepararnos para la Navidad y para tu nueva avenida con gloria. Elimina todos los obstáculos, nuestras frustraciones, dolor e ira, que nos impiden recibirte con alegría, para que podamos compartir tu amor con el prójimo como discípulos misioneros. Que siempre seamos uno contigo, nuestra bendita esperanza. †
Traducido por: Daniela Guanipa