Alégrense en el Señor
El olor a oveja y la voz del pastor
El papa Francisco posee un don impresionante para enseñar las verdades universales e intemporales de nuestra fe, de formas nuevas y, a veces, sorprendentes.
Por ejemplo, cuando expresó que los matrimonios católicos no tienen que “reproducirse como conejos,” simplemente llamaba nuestra atención sobre la enseñanza acerca del control de la natalidad que profesa la Iglesia claramente en el Catecismo de la Iglesia Católica y en la malinterpretada encíclica del Papa Pablo VI Humanae Vitae (“Sobre la vida humana”). La perspectiva tradicional católica sobre la sexualidad humana y la procreación dio un vuelco gracias a la imagen tan realista del Papa de “reproducirse como Conejos,” pero no se trata de una nueva enseñanza sobre este tema tan importante y a menudo controversial.
Mi imagen favorite—y también asombrosa—del papa Francisco, por lo menos hasta ahora, es la admonición de que los cristianos que estén completamente comprometidos con el trabajo misionero que forma parte de nuestra vocación bautismal deben adoptar “olor a oveja.” Cuando estaba en el seminario, tenía un amigo (también llamado Joe) que venía de Nebraska y que tenía mucha experiencia de primera mano con animales de granja, inclusive con ovejas. Joe solía protestar en la clase de las Escrituras siempre que hablábamos sobre la comparación que hacía Jesús de su pueblo con un rebaño de ovejas.
–¿Por qué nos llama ovejas?—Preguntaba Joe.—Las ovejas son los animales más estúpidos de la granja; son tímidas y apestan.
Entre aquellos más versados que yo en cuanto a la inteligencia relativa de las ovejas, existe un cierto desacuerdo. Algunos dicen que la oveja alfa o la guía, es extremadamente inteligente. Pero nadie disputa el argumento de que las ovejas, tanto individualmente como todo el rebaño, ¡apestan! Entonces, ¿por qué el Papa Francisco nos exhorta, aunque sea en sentido figurado, a adoptar el mal olor de las ovejas?
Recordemos que el tema del Santo Padre para la temporada de la Cuaresma es la “proximidad” es decir, la cercanía de Dios con todos nosotros, su pueblo, y la proximidad que debemos sentir con Dios y con el prójimo. “Dios no es indiferente a nosotros” nos dice el papa Francisco. De hecho, está más cerca de nosotros, que nosotros mismos.
Jesús, el pastor bonus (el buen pastor), se encuentra especialmente cerca de su pueblo. Si deseamos seguirlo, caminar sobre sus pasos, debemos desterrar nuestra indiferencia (un pecado que el Santo Padre denomina una tentación grave para los cristianos) e involucrarnos. En otras palabras, tenemos que “ensuciarnos las manos” o, para verlo de modo más gráfico, tenemos que tener el “olor a oveja” al que estamos llamados a servir.
Mis profesores del seminario respondían a la objeción de Joe de compararnos con las ovejas, señalando que el uso repetitivo de esta imagen por parte de Jesús resaltaba cómo los pastores de aquellos tiempos cuidaban a sus rebaños. Su instrumento más importante era la calidad de sus voces. En el Medio Oriente, incluso hoy en día, cuando los pastores dejan que sus rebaños se mezclen, lo único que tiene que hacer uno de ellos es comenzar a cantar. Tal como nos lo dice Jesús, las ovejas reconocen la voz de su pastor y volverán a él (lo que evidencia, quizás, que no son tan tontas como se cree).
El buen pastor está cerca de su rebaño; no es indiferente a él, se preocupa por su bienestar y lo quiere de la misma forma que nuestro Dios amoroso quiere a toda su creación.
Durante nuestra peregrinación a Tierra Santa el mes pasado, mis compañeros de peregrinación y yo vimos muchas ovejas, cabras, ganado e incluso camellos. Nuestro extraordinario guía local, Tony Azraq, un cristiano palestino, nos advirtió que no nos acercáramos demasiado a los camellos ya que no solamente apestan sino que también ¡muerden! Acercarnos a los demás conlleva riesgos; quizás nos llevemos una desilusión o resultemos heridos. El Buen Pastor sufre por su disposición a entregar su vida por nosotros, sus ovejas.
Cuando los ángeles se les aparecieron a los pastores que cuidaban a sus ovejas en la noche antes de que Jesús naciera, estaban asombrados, incluso eufóricos, por la buena nueva que les proclamaron, a pesar de su pobreza y de su baja condición social. Se apresuraron a Belén, al pesebre donde estaba el niño Jesús, para estar más cerca de él. María y José no les negaron la entrada por ser quienes eran (o porque apestaran). Les dieron una afectuosa bienvenida y su presencia en la escena del Nacimiento quedó inmortalizada.
Durante el tiempo de Cuaresma, recordemos acercarnos a Jesús y a todos nuestros hermanos y hermanas, sin importar quiénes sean o cuán distintas sean sus creencias, costumbres o formas de vida.
La promesa de “paz en la tierra y buena voluntad para todos” que se nos hizo en esa noche sagrada, en los pastizales en las afueras de Belén, nos será reiterada de una forma más definitiva en el Domingo de Resurrección.
Pero el camino hacia ese gran misterio de nuestra fe primero nos guía, tal como lo hizo con el Señor, por el viacrucis.
¡Que todos sigamos a Jesús por el camino que lleva a su pasión y muerte, con la plena confianza de que este desembocará en la alegría de la resurrección! †
Traducido por: Daniela Guanipa