June 12, 2015

Alégrense en el Señor

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús: el origen y la fuente infinita de misericordia

Archbishop Joseph W. Tobin

Todos los años, después de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi), la Iglesia dirige nuestra atención al Sagrado Corazón de Jesús, una devoción que ocupa un lugar muy especial en la espiritualidad católica. Se trata de una festividad que celebra el misterio de la Encarnación, cuando el único Hijo de Dios adoptó forma humana. Asimismo, esta festividad representa un encuentro con la persona de Jesucristo, cuyo infinito amor y misericordia compartimos en el obsequio de la sagrada eucaristía, al recibir su cuerpo y la sangre que derramó por nosotros en la cruz.

El corazón de Jesús encierra una doble simbología. El órgano físico, el corazón humano, es esencial para la vida. Sin él, todo el cuerpo estaría privado de oxígeno y de los nutrientes necesarios para subsistir.

Pero el corazón también es el símbolo de nuestra vida emocional y, muy especialmente, del amor que es fundamental para la existencia de nuestra naturaleza humana. La devoción al Sagrado Corazón alude tanto a la humanidad de Cristo como a su amor incondicional por nosotros, sus hermanos.

Muchos de nosotros crecimos rodeados de la imagen familiar del Sagrado Corazón de Jesús en nuestros hogares, ya sea en cuadros, estatuas, medallas o estampas. La presencia de esta imagen en un hogar católico se consideraba un reconocimiento de la soberanía de Cristo sobre la familia; constituía una señal de que Cristo ocupaba un lugar de honor en el hogar de la familia, tal como sucede en el Sagrario de la iglesia parroquial que contiene el Santísimo Sacramento.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús se remonta a muchos siglos atrás, pero su forma actual se basa en las apariciones del Señor que refirió Santa Margarita María de Alacoque en Francia, desde 1673. En estas apariciones, se dice que el Señor les hizo 12 promesas a todos los que practicaran específicamente esta devoción.

A través de esta devoción el Señor promete que: 1) concederá todas las gracias necesarias para nuestro estado; 2) pondrá paz en nuestros hogares; 3) nos consolará en nuestras aflicciones; 4) será un refugio seguro en nuestras vidas y, por encima de todo, en la muerte; 5) derramará abundantes bendiciones en todo lo que emprendamos; 6) será una fuente y un mar infinito de misericordia para todos los pecadores; 7) las almas tibias se volverán fervorosas; 8) las almas fervorosas se elevarán rápidamente a la perfección; 9) cada lugar donde se coloque una imagen del Sagrado Corazón será bendito; 10) los sacerdotes recibirán el don de tocar incluso los corazones más endurecidos; 11) los nombres de quienes fomenten esta devoción quedarán escritos en el corazón de Jesús y jamás serán borrados; y 12) quienes reciban la sagrada comunión el primer viernes de nueve meses consecutivos recibirán la gracia de la penitencia final.

El papa Francisco, en su exhortación apostólica titulada “Evangelii Gaudium” (La alegría del Evangelio), llama nuestra atención en cuanto a la importancia de la espiritualidad popular en la obra misionera y de evangelización de la Iglesia.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es un ejemplo muy importante de piedad popular. Al resaltar la dimensión física y emocional de la condición humana de Cristo, esta devoción nos ayuda a sintonizarnos con Jesús el hombre, cuyo corazón comenzó a latir en el seno de su madre y que sabemos que ha derramado amargas lágrimas por el sufrimiento de los demás. Quizás las imágenes de Jesús lo hagan parecer distante; la imagen del Sagrado Corazón tiene como finalidad acercarlo más a nosotros y colocar su divina misericordia en el corazón de nuestros hogares familiares.

En la liturgia de la Solemnidad del Santísimo Corazón de Jesús que celebramos todos los años el viernes 12 de junio, la lectura del Evangelio dirige nuestra atención al cuerpo de Jesús. Habían enviado a los soldados para que les rompieran las piernas a los crucificados a fin de acelerar su muerte. “Pero cuando se acercaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante le brotó sangre y agua” (cf. Jn 19:31–37). El agua y la sangre representan la unión de la naturaleza divina y humana de Jesús, que se vierte todos los días en la eucaristía y que demuestra que ya se ha cumplido la promesa de salvación que nos hizo Cristo.

Mientras nos preparamos para el Sínodo de la Familia en octubre, y para el Año de la Misericordia que comienza en la época de Adviento de 2015, quizás nos resulte provechoso dedicar un tiempo para contemplar el “mar infinito de misericordia” que representa el Sagrado Corazón de Jesús como el corazón mismo de la vida familiar. †
 

Traducido por: Daniela Guanipa

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