Alégrense en el Señor
‘—Vienen días —dice el Señor.’ ¿Estamos preparados?
La temporada de Adviento que comienza el 29 de noviembre, es una época de preparación, una oportunidad para un nuevo comienzo y dar prioridad a lo que es verdaderamente importante.
La primera y la segunda lectura del Primer Domingo de Adviento están repletas de esperanza: “—Vienen días —dice el Señor— en que yo confirmaré las buenas promesas que he hecho a la casa de Israel y a la casa de Judá. Cuando llegue el día y el momento, haré que de David surja un Renuevo de justicia, que impondrá la justicia y el derecho en la tierra. En esos días Judá será salvado, y Jerusalén habitará segura” (Jer 33:14-16). Dios cumple Sus promesas. Su justicia garantiza la seguridad y protección de todos los que fortalecen sus corazones para que “sean ustedes santos e irreprensibles delante de nuestro Dios y Padre, cuando venga nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 3:13).
Resulta importante recordar que nuestro Dios es realmente fiel ya que, francamente, ocurrirán muchas cosas malas antes de que llegue el final de los tiempos.
Tal como nos dice el Evangelio de San Lucas de este domingo: “Habrá entonces señales en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, la gente se angustiará y quedará confundida por causa del bramido del mar y de las olas. El miedo y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra hará que los hombres desfallezcan, y los poderes celestiales se estremecerán” (Lc 21:25-26). Nuestra salvación en Jesucristo no significa que todo será color de rosa ni que no sufriremos agobios. Atravesaremos dificultades, intensos sufrimientos y muerte antes de que el Señor regrese “con poder y gran gloria” (Lc 21:27).
Estamos tentados a ver señales del fin de los tiempos en cada época. La advertencia de Nuestro Señor de que “en la tierra, la gente se angustiará” (Lc 21:25), nos resulta muy conocida.
Esto es especialmente cierto desde los horrores de Hiroshima y Nagasaki, al final de la Segunda Guerra Mundial, ya que desde entonces hemos vivido bajo la amenaza de que sobrevenga un holocausto inimaginable a consecuencia de nuestra crueldad. Esa es una de las razones por la que la Iglesia nos exhorta a mantenernos “siempre atentos” (Lc 25:36).
Nunca se sabe cuándo sobrevendrá la desgracia, ya sea individualmente, en nuestras familias, comunidades o países. Lo que sí sabemos es que Dios es fiel, que cumple con lo que promete y que no dejará que sucumbamos a las fuerzas del mal que nos rodean, ya sea hoy en día o en el futuro.
¿Qué significa estar preparados? La temporada del Adviento nos recuerda que debemos concentrarnos en todo aquello que es verdaderamente importante. ¿Acaso amamos a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma y nuestras fuerzas? ¿Amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? El Señor nos advierte: “Pero tengan cuidado de que su corazón no se recargue de glotonería y embriaguez, ni de las preocupaciones de esta vida” (Lc 21:34). Resulta muy fácil perder de vista aquello que realmente es importante cuando nos enfrentamos a las distracciones que nos presenta el mundo en el que vivimos. El “aletargamiento” contra el cual nos advierte San Pablo en su primera carta a la Iglesia en Tesalónica, no difiere del concepto de “indiferencia” que propone el papa Francisco. Ambas nociones aluden al estado carente de atención e insensible que puede llegar a cegarnos e impedir que reconozcamos y respondamos a las necesidades de los demás.
El llamado a estar atentos o, como lo dice San Pablo “santos e irreprensibles” (1Tes 3:13) es un reto. ¿Alguna vez ha intentado mantenerse despierto mientras estaba muy enfermo o cansado? Solamente lo podemos lograr si resistimos a la tentación de dejarnos caer y relajarnos. ¡También significa que debemos levantarnos del sillón y mantenernos activos!
Evitamos que nuestros corazones caigan en un aletargamiento al prestar atención a las necesidades de los demás y realizar constantemente obras de amor y servicio. Cuando nos concentramos en hacer bien al prójimo, en vez de atender a nuestros propios deseos y anhelos, nos despojamos del descontento, el egocentrismo y la ansiedad. Nada estimula más a un corazón aletargado que un simple acto de amabilidad. La mejor garantía para mantenernos atentos es interactuar activamente con nuestros hermanos y hermanas necesitados.
El papa Francisco nos exhorta sistemáticamente a que seamos una Iglesia que interactúa con los demás, especialmente con los más necesitados o “que se encuentran en la periferia.” ¿Por qué? Porque eso es lo que hizo Cristo y lo que nos pide a nosotros, sus seguidores, que hagamos en su nombre.
El evangelio del Primer Domingo de Adviento nos presenta la siguiente exhortación: “Por lo tanto, manténganse siempre atentos, y oren para que se les considere dignos de escapar de todo lo que habrá de suceder, y de presentarse ante el Hijo del Hombre” (Lc 21:36). Estas son fuertes palabras de advertencia, pero también son palabras llenas de la esperanza del adviento. El Señor vendrá de nuevo, según lo ha prometido. Cumplamos con la parte que nos corresponde para asegurarnos de estar plenamente conscientes y preparados para “cuando venga nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1Tes 3:13). †
Traducido por: Daniela Guanipa