Alégrense en el Señor
La misericordia es la clave para comprender la pasión del Señor
Durante este Año de la Misericordia, podemos vivir la experiencia de la última semana de la Cuaresma que comienza con el Domingo de Pasión y se prolonga hasta el Triduo Pascual (desde la misa de la Última Cena del Señor, el Jueves Santo hasta la oración vespertina del Domingo de Pascua de Resurrección) de una forma distinta. Si bien la pasión de nuestro Señor es tradicionalmente un momento de seria reflexión sobre el sufrimiento que vivió Jesús para expiar el pecado humano (el pecado del mundo) este año de jubileo nos invita a ver la pasión y muerte de Cristo desde la perspectiva del amor y el perdón de Dios como un camino hacia la alegría.
Con esto no intento minimizar la cruel tortura que vivió Jesús, ni restar importancia a la función que nuestro pecado y nuestra culpa desempeñaron en su sufrimiento. Pero considero que la clave para comprender esta horrible historia se esconde detrás de las sencillas palabras que pronunció nuestro Señor poco antes de morir: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). Estas increíbles palabras de amor y perdón, articuladas en un momento de intensa agonía totalmente injustificada, son fuente de gran consuelo (e incluso de alegría) para aquellos de nosotros llamados a ser misioneros de la piedad para los demás, especialmente para nuestros enemigos.
Estas palabras de misericordia expresadas por Jesús en su momento más vulnerable revelan la profundidad del amor y del perdón de Dios. ¿Acaso le reprocharíamos que hubiera espetado una blasfemia? ¿O que nos hubiera responsabilizado y exigiera nuestro castigo? En vez de ello, nos perdona a todos, especialmente a aquellos que lo han tratado más cruelmente y que lo abandonaron cuando más necesitaba de su amor y apoyo. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.»
Si leemos el relato de la pasión y muerte del Señor desde el punto de vista de estas breves palabras de perdón, el misterio de nuestra fe adopta un matiz y un significado totalmente distintos. La misericordia es la clave para comprender la misión de Jesús: no le resta importancia a la terrible realidad del pecado y del mal en el mundo; no lo hace a un lado como si no tuviera ninguna consecuencia. Lo vive en la plenitud de su horror, incluso hasta el momento de su muerte, y pide al Padre que sea misericordioso.
Jesús ya había enseñado a sus discípulos (a nosotros) a que pidieran perdón al Padre por sus pecados, de la misma forma que debemos perdonar las faltas que otros cometen contra nosotros. Ya había expresado que el perdón no debe conocer límites, que debemos perdonar a menudo (¡70 veces siete!). Ahora nos muestra hasta dónde debemos llegar al reflexionar acerca de la misericordia de Dios. Debemos perdonar los peores pecados imaginables, los capaces de provocar dolores y sufrimientos indescriptibles, y aquellos que a los ojos del mundo resulten imperdonables. Sin odio. Sin venganza. Sin castigo. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.»
Para mí esta es la clave para comprender la pasión y muerte del Señor, porque nos muestra con una claridad nítida por qué Jesús sufrió y murió por nosotros. Lo hizo para demostrarnos que ningún pecado es más grande que el amor y el perdón de Dios. Lo hizo para demostrarnos el rostro de Dios y para borrar para siempre nuestra extraña noción de que Dios es un verdugo iracundo y vengativo que rechaza a los pecadores y niega su gracia a aquellos que se apartan del camino correcto.
No, tal como nos lo enseña el papa Francisco, el nombre de Dios es misericordia. Dios es amor, no venganza; es perdón, no castigo. Y Jesús expresa esta verdad de la forma más elocuente al pronunciar desde la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.”
No creo que Jesús justifique a sus asesinos. Lo que le hicieron fue maldad en su más pura expresión y tiene consecuencias maléficas que no pueden pasarse por alto.
Pero Jesús reza por la misericordia; le pide al Padre que perdone los pecados imperdonables cometidos contra Dios y toda la humanidad. Se niega a sucumbir a la suprema tentación del demonio: a maldecir a sus enemigos y arremeter con el tipo de cruel castigo que, a los ojos del mundo, correspondería ante este horrible crimen.
En “Misericordiae Vultus” (El rostro de la misericordia), el papa Francisco define la misericordia como “la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado” (# 2). En ningún momento vemos esta vía de una forma más clara y poderosa que en la oración de Jesús pidiendo misericordia en el punto más álgido de su pasión.
A medida que comenzamos esta Semana Santa, tengamos presente la profundidad de la misericordia de Dios y todo lo que está dispuesto a hacer para demostrarnos cuánto nos ama y nos perdona por nuestros pecados. Les deseo muchas bendiciones en este Triduo Pascual.
Traducido por: Daniela Guanipa