Cristo, la piedra angular
La alegría de la Pascua renace con la Resurrección
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”
(Papa Francisco, “Evangelii Gaudium,” #1).
La fecha de publicación de esta columna es el 30 de marzo, Viernes Santo. Este es el día más triste del año eclesiástico, pero no carece de alegría. El Viernes Santo entraña alegría porque celebra el comienzo, no el final. Es una confirmación de la vida y de que el amor es más fuerte que la muerte misma.
Tenemos toda la razón de estar tristes hoy al recordar la humillación, la tortura y la brutalidad de la muerte de nuestro Señor en la cruz. Pero también tenemos razón de buscar y encontrar la alegría que nace y renace durante esta época sagrada.
Nuestra fe nos dice que la muerte de Jesús nos ha hecho libres; puesto que sufrió y murió por nosotros, hemos sido “liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior.” Esto en sí mismo debería ser motivo de alegría. Pero la verdadera fuente de nuestra alegría es el encuentro personal con Jesús que fue posible gracias a su muerte en este día sagrado y su resurrección tres días más tarde.
En las próximas semanas, durante toda la temporada de la Pascua, escucharemos una vez más los maravillosos relatos de las apariciones de Jesús a sus discípulos y amigos: en el jardín, cerca del sepulcro vacío, en el cenáculo a puertas cerradas, junto al Mar de Galilea donde el Señor dio desayuno a sus discípulos y en el camino a Emaús, donde lo reconocieron al partir el pan.
Estos encuentros jubilosos con Jesús, el Señor resucitado, son posibles a pesar de su muerte ignominiosa en la cruz. El sacrificio desinteresado que hizo el Viernes Santo conquistó el perdón de nuestros pecados y permitió que la alegría pascual llenara nuestros corazones, en vez de la culpabilidad, la tristeza o la desesperación.
El Viernes Santo nos recuerda que hemos sido redimidos por la cruz de Cristo. El amor infinito de Dios ha destruido los muros de nuestra prisión y nos ha enseñado la vía de escape. El amor desinteresado de Cristo ha vencido sobre el pecado y la muerte, y ya nunca nadie estará condenado a la muerte eterna.
Es por ello que el Domingo de Resurrección nos regocijamos en la cruz de Cristo, por lo que entonamos el aleluya y por lo que le agradecemos a Dios por el obsequio de su gracia salvadora. Cristo resucitado nos ha liberado y, gracias a ello, ¡nadie jamás podrá despojarnos de nuestros derechos fundamentales ni de nuestra dignidad como hijos libres del Dios vivo!
La libertad que hemos recibido a causa de la muerte de Cristo en la cruz es un obsequio que debemos cultivar y desarrollar. Si se descuida, la libertad puede llegar a confundirse fácilmente con el libertinaje, la noción de que podemos hacer lo que queramos, sin sufrir consecuencias. Malinterpretamos la libertad como un sentido de derecho que nos convence de que nos merecemos todo lo que nos han dado, sin importar los sacrificios que hayan hecho los demás.
Pero la verdadera libertad es lo opuesto al libertinaje o a creer que algo nos corresponde por derecho. La verdadera libertad es un obsequio que debemos atesorar y tomar en serio. Cuando finalmente la reconocemos, la verdadera libertad es una fuente de alegría y gratitud porque sabemos lo valiosa y rara que es, y lo fácil que es perderla a consecuencia de nuestro descuido.
Démosle gracias a Dios durante esta Pascua por el obsequio de la libertad. Decidámonos a ser buenos administradores de este precioso obsequio y combinemos nuestra experiencia de la alegría pascual que siempre nace y renace, con el reconocimiento aleccionador de que nuestra libertad es algo que podemos perder de vista fácilmente si no le damos su justo valor.
La cruz de Cristo pagó nuestra libertad, la cual hemos conservado durante 2,000 años mediante la sangre de los mártires, el amor desinteresado y los sacrificios de todos los fieles cristianos que han partido antes que nosotros. Alegrémonos y contentémonos de ser verdaderamente libres. Pero recordemos también que somos responsables de ocuparnos de nuestra libertad y de compartir generosamente.
Cultivemos nuestra libertad y compartámosla con los demás, mediante nuestro testimonio fiel de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La cruz de Cristo nos ha salvado y nos ha hecho libres, y esto es motivo suficiente para estar alegres, incluso el Viernes Santo. Pero la tenue alegría que sentimos hoy, aumentará exponencialmente.
Muy pronto, en apenas dos días, exclamaremos ¡aleluya! ¡Cristo nuestra alegría ha resucitado! †