Cristo, la piedra angular
Escuchemos la Palabra de Dios con la mente y el corazón abiertos
“El Señor tu Dios te levantará un profeta como yo de en medio de ti, de entre tus hermanos. A él escucharán” (Dt 18:15).
Los cristianos creemos en que el Verbo Eterno de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros como hombre. Jesucristo, que es Dios encarnado, fue un predicador y maestro cuyas poderosas palabras han transformado las vidas de innumerables hombres y mujeres a lo largo de los últimos 2,000 años.
Al escuchar a Jesús encontramos esperanza en tiempos de desesperación, consuelo en medio del dolor y el valor para superar nuestros propios pecados y el pecado del mundo.
Escuchar la Palabra de Dios no es lo mismo que escuchar otras cosas en la vida cotidiana ya que implica algo más que tener buen oído: hay que tener una mente abierta, además de un corazón atento y comprensivo.
Para escuchar realmente lo que Dios nos dice a través de las Sagradas Escrituras, en la oración, en los sacramentos y en el servicio amoroso a los demás, debemos estar espiritualmente en sintonía con las verdades más profundas sobre nosotros mismos y el mundo en que vivimos.
Estar “espiritualmente sintonizados” significa ser puro de corazón, entregar nuestra propia voluntad y abandonar las ideas preconcebidas y el egocentrismo. Escuchar verdaderamente la Palabra de Dios implica abrirnos (y estar vulnerables) para poder escuchar aquello que no necesariamente queremos escuchar.
En la primera lectura del cuarto domingo del tiempo ordinario (Dt 18:15-20), Moisés le dice al pueblo de Israel: “El Señor tu Dios te levantará un profeta como yo de en medio de ti, de entre tus hermanos. A él escucharán. Conforme a todo lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: ‘No vuelva yo a oír la voz del Señor mi Dios, ni vuelva yo a ver este gran fuego; no sea que yo muera’ ” (Dt 18:15-16).
La voz del Señor puede ser algo impresionante y temible; es por ello que, al principio, Dios habló a través de profetas y maestros como Moisés y Juan el Bautista, pero desde la encarnación de la Palabra de Dios en Jesús de Nazaret, nos habla directamente, usando un lenguaje ordinario que cualquiera que esté en sintonía espiritual podrá entender y aceptar.
En la segunda lectura de este domingo (1 Cor 7:32-35), san Pablo expresa su deseo de que estemos “libres de ansiedad” (1 Cor 7:32). El contexto es su preocupación por los matrimonios que se distraen con “las cosas de la vida” (1 Cor 7:33, 34), lo que les dificulta estar espiritualmente en sintonía con la voluntad de Dios para ellos y para su familia, la Iglesia doméstica. Pero todo cristiano, independientemente de su situación en la vida, debe superar aquellas cosas que desvían nuestra atención de lo que san Pablo llama “[atender] al Señor sin impedimento” (1 Cor 7:35). De hecho, uno de los mayores retos a los que nos enfrentamos es encontrar los momentos y los lugares adecuados para desconectarnos de toda la cháchara y el caos de nuestras vidas para poder sintonizarnos con la voz de Dios cuando y dondequiera que nos hable.
El salmo responsorial del cuarto domingo del tiempo ordinario (Sal 95) es un cántico a la alegría que sentimos cuando llegamos a la presencia del Señor agradecidos, para postrarnos ante Él y adorarlo (Sal 95:6). Nos advierte que “no endurezcan sus corazones” (Sal 95:8), al punto de no poder oír la voz de Dios, como le pasó al pueblo de Israel “en Meriba, como el día de Masá en el desierto, donde sus padres me pusieron a prueba; me probaron y vieron mis obras” (Sal 95:8-9). La alegría viene a través de estar abiertos a la voluntad de Dios, pero como diría san Pablo, si nuestros corazones están cerrados, o nuestra atención está en otra parte, estamos llenos de ansiedad, no exentos de ella.
La lectura del Evangelio de este domingo (Mc 1:21-28) nos dice que cuando Jesús habla, exige nuestra atención. Como resultado, san Marcos dice que “se asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mc 1:22). La fuerza de las palabras de Jesús es extraordinariamente poderosa porque no hay distinción entre quién es y qué dice. Jesús es la Palabra de Dios; vive lo que predica, y hace lo que nos enseña a hacer sin ninguna reserva o temor. Jesús está espiritualmente en sintonía con la voluntad de su Padre, e incluso cuando la voluntad de Dios es difícil (como en el huerto de Getsemaní), Jesús siempre dice “sí.”
Nuestro desafío como discípulos de Jesús es buscar la voluntad de Dios y ser obedientes a la voz del Señor, incluso cuando nos hace sentir incómodos. Que la gracia de Dios nos ayude a escuchar con el corazón abierto y a responder generosamente cuando el Señor nos hable. †