Cristo, la piedra angular
Las Escrituras nos recuerdan que el Señor sana nuestros quebrantos
“¡Aleluya! Porque bueno es cantar alabanzas a nuestro Dios, porque agradable y apropiada es la alabanza. El Señor edifica a Jerusalén; congrega a los dispersos de Israel; sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Sal 147:1-3).
A veces se considera que febrero es un mes sombrío ya que estamos en pleno invierno, y el tiempo puede ser frío y lúgubre (o incluso peor). Pero afortunadamente febrero es un mes corto. Cuando llegamos a marzo, hay indicios de que la primavera está cerca.
Las lecturas de las Escrituras para el quinto domingo del tiempo ordinario reflejan un poco lo que es el ambiente de febrero. Esto sin duda lo vemos en la primera lectura del Libro de Job (Jb 7:1-4; 6-7). Job, un hombre justo y cuya fe Dios permitió que Satanás pusiera a prueba severamente, dice con amargura:
“¿No está el hombre obligado a trabajar sobre la tierra? ¿No son sus días como los días de un jornalero? Como esclavo que suspira por la sombra, y como jornalero que espera con ansias su paga, así me han dado en herencia meses inútiles, y noches de aflicción me han asignado. Cuando me acuesto, digo:
‘¿Cuándo me levantaré?’ Pero la noche sigue, y estoy dando vueltas continuamente hasta el amanecer. [...] Mis días pasan más veloces que la lanzadera, y llegan a su fin sin esperanza. Recuerda, oh Dios, que mi vida es un soplo, mis ojos no volverán a ver el bien” (Jb 7:1-4, 6-7).
Resulta difícil imaginar una actitud más sombría y desesperada que esta.
Por suerte, conocemos el final de la historia: Job supera todas sus pruebas, permanece fiel a Dios y es recompensado por su constancia.
Job es, por supuesto, la imagen del siervo sufriente, Jesús, que redimirá a toda la humanidad con su pasión, muerte y resurrección. Mediante sus heridas, fuimos sanados (Is 53:5; 1 Pe 2:24).
El salmo responsorial de este domingo (Sal 147) nos asegura que el Señor cura nuestras heridas. Por muy mal que parezcan las cosas, Dios está con nosotros y su poder sanador nos reconforta y nos sostiene. “Sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Sal 147:3). No podemos evitar los efectos siempre presentes del pecado y la muerte, ya que forman parte de la condición humana. Pero como discípulos de Jesucristo, nuestra fe nos dice que nuestro Redentor ha superado las consecuencias permanentes del pecado y del mal. Conquistó por nosotros la alegría de la vida eterna con Él.
En la segunda lectura del quinto domingo del tiempo ordinario (1 Cor 9:16-19; 22-23), san Pablo utiliza imágenes de esclavitud y libertad para describir la “carga” que lleva como discípulo misionero:
“Porque aunque soy libre de todos, de todos me he hecho esclavo para ganar al mayor número posible. [...] A los débiles me hice débil, para ganar a los débiles; a todos me he hecho todo, para que por todos los medios salve a algunos. Y todo lo hago por amor del evangelio, para ser partícipe de él” (1 Cor 9:19; 22-23).
Cuando somos fieles a nuestra vocación bautismal, aceptamos las dificultades en virtud del Evangelio. Y permitimos que el amor y la misericordia de Dios nos curen, tanto a nosotros como a los que estamos llamados a ayudar, por el poder del Espíritu Santo.
La lectura del Evangelio de este domingo del (Mc 1:29-39), reafirma el poder sanador de Jesús: “A la caída de la tarde, después de la puesta del sol, le trajeron todos los que estaban enfermos y los endemoniados. [...] Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque ellos sabían quién era Él” (Mc 1:32; 34).
Jesús no se desanima ante la “pandemia” de enfermedades mentales, físicas y espirituales a la que se enfrenta cada día. No se rinde ni pierde la esperanza, ni siquiera cuando sus allegados dudan de él, o incluso lo traicionan. En palabras de san Pablo, Jesús se hizo “débil, para ganar a los débiles” (1 Cor 9:22). Se entrega a las tinieblas del mundo para transformarlo según su maravillosa luz.
Cuando las cosas nos parecen sombrías en esta época oscura del año, la Buena Nueva proclamada por Jesús nos desafía a permanecer fieles, a ver a través de la niebla y a tener confianza en que el Hijo de Dios ha vencido todo mal. Su luz brilla para nosotros indefectiblemente y nos conduce a un futuro completamente distinto y lleno de alegría.
Recemos para que la gracia de Dios nos ayude a superar cualquier duda que podamos tener sobre el resplandeciente futuro que nos aguarda como hermanos y hermanas en Cristo. Agradezcamos a nuestro Dios amoroso y misericordioso todos los dones que nos ha dado mientras continuamos la obra de proclamar el Evangelio de la alegría en todas las estaciones. †