Cristo, la piedra angular
La Eucaristía es a la vez verdadero pan y el verdadero cuerpo de Cristo
Una encuesta realizada por la firma The Pew Research Center (“What Americans Know about Religion” [Lo que saben los estadounidenses sobre religión], estudio de investigación de Pew, julio de 2019) concluyó que muchos católicos no comprenden plenamente la enseñanza fundamental de la Iglesia sobre la presencia real de nuestro Señor en la Eucaristía.
Según esta investigación, casi siete de cada diez católicos (69%) creen que el pan y el vino que recibimos durante la Santa Cena son meros símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo. Por lo tanto, concluye este estudio, únicamente un tercio de los católicos estadounidenses (el 31%) cree que durante la misa el pan y el vino se convierten realmente en el cuerpo y la sangre de Jesús y que el sacramento que recibimos es realmente la entrega real de Cristo a nosotros.
Hay quienes cuestionan los resultados de esta encuesta por la forma en que se formularon las preguntas. No se debe esperar que el católico común conozca los términos técnicos que emplea la Iglesia para describir este gran misterio, pero la mayoría de los pastores y educadores religiosos están de acuerdo en que tenemos mucho trabajo por hacer para que los católicos lleguen a comprender y apreciar mejor la transformación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo que se nos entrega libremente en la santa Eucaristía.
La Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi), que celebramos este domingo, es un momento para alegrarnos con la milagrosa presencia de Cristo entre nosotros.
Durante la misa, cuando el sacerdote invoca el poder del Espíritu Santo, el pan y el vino ordinarios se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. La Eucaristía no es simplemente un recuerdo simbólico de acontecimientos pasados, sino una manifestación real (una epifanía) de la comunión de Dios con nosotros aquí y ahora.
Cuando recibimos la Eucaristía, Jesús mismo entra en nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros cuerpos. Él vive dentro de nosotros, proporcionando alimento espiritual y llenándonos con el poder de su gracia. El hecho de que esto ocurra cada vez que recibimos la Eucaristía es un milagro del asombroso amor y la bondad de Dios que nunca deberíamos dar por sentado.
Recibir la Sagrada Comunión debe ser un encuentro agradecido y amoroso con Jesús. Cuando recibimos al Señor en la Eucaristía, Él se hace uno con nosotros, y nosotros nos hacemos uno con Él en el mismo “momento santo” (sacra-mentum). No se trata de una unidad meramente simbólica, ya que un sacramento es lo que significa.
La Eucaristía es la auténtica comunión con Dios, la unión real de Jesús con cada uno de nosotros. Si estamos en estado de gracia santificante, este asombroso don del cuerpo y la sangre de Jesús nos nutre, renueva y prepara plenamente, por el poder del Espíritu Santo,
para amar a Dios y al prójimo. Junto con los sacramentos del bautismo, la confirmación y la penitencia, la Eucaristía nos permite recibir al Señor con un corazón limpio y aceptar su invitación a ser discípulos misioneros al servicio de los demás.
La lectura del Evangelio del domingo del Corpus Christi (Mc 14:12-16,22-26) afirma que Jesús mismo realizó esta transformación del pan y el vino ordinarios en su propia carne y sangre:
“Mientras comían,
tomó pan, y habiéndolo bendecido
lo partió, se lo dio a ellos, y dijo:
‘Tomen, esto es Mi cuerpo,’
Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos,
y todos bebieron de ella.
Y les dijo:
‘Esto es Mi sangre del nuevo pacto,
que es derramada por muchos.
En verdad les digo,
que ya no beberé más del fruto de la vid hasta aquel día cuando lo beba nuevo en el reino de Dios’ ” (Mc 14:22-25).
Jesús asumió con seriedad la entrega de su cuerpo y su sangre, y nosotros también deberíamos hacerlo.
La Eucaristía es un misterio que ninguno de nosotros llegará a comprender del todo, pero a los católicos se nos invita (¡y se nos desafía!) a aceptar que Cristo está realmente presente en este gran sacramento.
Nuestra recepción del cuerpo y la sangre de Cristo nunca debe ser pasiva o indiferente. Cuanto más apreciemos el magnífico regalo que recibimos cada vez que comulgamos, más nos convertiremos nosotros mismos en el cuerpo y la sangre de Cristo llamados a compartir su amor y su bondad con los demás.
Mientras nos preparamos para celebrar la solemne fiesta del cuerpo y la sangre de Cristo este fin de semana, reflexionemos en oración sobre su significado para nosotros y para nuestro mundo. Cristo está presente para nosotros de la manera más íntima: se hace uno con nosotros para que podamos hacernos uno con nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo.
“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre” (Jn 6:51). Que nunca demos por sentado este gran obsequio y esta maravillosa responsabilidad. †