Cristo, la piedra angular
Santa Clara de Asís nos inspira a amar a Cristo con todo el corazón
[Cristo] es el esplendor de la gloria eterna, el resplandor de la luz eterna y un espejo sin mácula. (Santa Clara de Asís)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 11 de agosto, el memorial de santa Clara de Asís, que vivió en el siglo XIII y fue contemporánea con San Francisco de Asís.
Clara procedía de una familia rica y aristocrática, pero a los 18 años renunció a su vida de privilegios y se entregó a la pobreza radical. Otras mujeres siguieron el ejemplo de Clara y les entregaron el claustro y la iglesia de San Damián en Asís para vivir, pero se negaron a tomarlos como de su propiedad debido a su compromiso con la pobreza total.
Santa Clara fue autora de una Regla, que guiaba la vida diaria de sus hermanas de acuerdo con el espíritu de san Francisco. Sus vidas debían estar llenas de alegría, orientadas al servicio, en oración y siempre agradecidas por los abundantes dones de Dios. Santa Clara tenía una profunda devoción a la Sagrada Eucaristía, y al menos dos milagros eucarísticos ocurrieron durante sus más de 40 años en San Damián.
En una ocasión, un ejército sarraceno amenazó con destruir la ciudad de Asís y sus comunidades vecinas. Clara se enfrentó audazmente a los sarracenos armada únicamente con una custodia que contenía el Santísimo Sacramento. Al ver que era una mujer bendecida por Dios, las tropas se marcharon dejando la zona intacta. Este milagro y otros fueron citados cuando Clara fue canonizada santa por el papa Alejandro IV en 1255, apenas dos años después de su muerte.
Durante este tiempo de Renacimiento Eucarístico Nacional, mientras nuestro país se prepara para celebrar el Congreso Eucarístico Nacional en Indianápolis el próximo verano (del 17 al 21 de julio de 2024), es bueno que reflexionemos sobre la importancia de la Eucaristía en la vida de las mujeres y los hombres santos que veneramos como tales.
Entre las miles de personas reconocidas como santas por la Iglesia católica, encontramos una gran diversidad de lenguas, culturas, razas, estatus social, edades, capacidades intelectuales y mucho más. Pero también hay muchos elementos comunes: El amor a la sagrada Eucaristía es uno de ellos; también lo son la fe profunda, la compasión por los pobres y la voluntad de morir antes que renunciar a lo que creen.
Los santos son personas que están cerca de Dios, e independientemente de si han sido canonizados por la Iglesia o son sencillamente “santos de a pie” que viven calladamente entre nosotros, atesoran sus relaciones con Dios y con el prójimo por encima de todo lo demás. “Ser santo no es un privilegio de unos pocos”—nos recuerda el papa Francisco—. “Por el bautismo, todos tenemos la herencia de poder llegar a ser santos. La santidad es una vocación para todos.”
El amor de santa Clara por Jesús se expresaba en las cartas que escribía a los demás. También se mostró en su compromiso de servir a las hermanas de las que era responsable como superiora religiosa. Mientras Cristo lavaba los pies a sus discípulos, Clara cocinaba, limpiaba y remendaba las ropas rotas y harapientas que llevaban las integrantes de su comunidad. Era devota de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, pero también lo encontraba en las personas a las que servía, especialmente los pobres y los enfermos.
Como lo expresaba el papa Francisco: Los santos son hombres y mujeres que tienen alegría en el corazón y la contagian a los demás. Jamás odiar, sino servir al otro, es la mayor necesidad. Rezar y vivir con alegría: ¡ese es el camino de la santidad!
El camino de santa Clara, y de su amigo san Francisco, no estuvo marcado por la arrogancia o el interés. Se trataba del camino de la paz y la sencillez porque ese es el camino de Jesús, que era humilde y compasivo, totalmente dedicado a vivir para los demás. Todos estamos llamados a encontrar el camino que nos lleva a la santidad, el camino que conduce en última instancia al cielo.
Santa Clara cambió su vida cuando reconoció el amor de Dios y le siguió con todo su corazón, sin condiciones ni hipocresía. Pasó toda su vida al servicio de los demás, soportando el sufrimiento y la adversidad sin odio y respondiendo al mal con el bien, al tiempo que difundía alegría y paz a todo aquel que encontraba por el camino. Las santas como Clara de Asís cambian el mundo para mejor, transformándolo permanentemente por el poder del amor de Dios, que reflejan en sus vidas de integridad y generosidad.
Mientras continuamos nuestro Renacimiento Eucarístico Nacional, miremos a las mujeres valerosas y devotas como santa Clara de Asís y sus seguidoras para que nos inspiren a amar a Cristo con todo el corazón.
Que nunca dejemos de reconocer a nuestro Señor—cuerpo y sangre, alma y divinidad—en el gran don de sí mismo que nos ha dado en la santa Eucaristía para transformar nuestros corazones y redimir al mundo. †