Ministerio Hispano / Felix Navarrete
La justicia social brota del corazón de Jesús Cristo
En una sociedad con tantos retos y diversidad de intereses, nos encontramos con una realidad palpable que reclama fuertemente nuestra atención, especialmente en el ámbito cristiano en donde el interés superior continúa siendo el hombre y su dignidad cómo ser humano e hijo de Dios.
El tema de la justicia social no debe ser considerado como una especie de revolución por parte de un grupo que busca reclamar sus derechos, tampoco es una nueva filosofía antropológica en donde el hombre se vuelve el centro de todo, no, al contrario el tema de la justicia social brota del corazón de nuestro Señor Jesús y está intrínsecamente comprometido con el mensaje del evangelio, amor y atención por los más vulnerables y necesitados.
En realidad, nuestro Señor Jesús nunca trató de abolir la ley de los antiguos sino que le otorgó un sentido más humano creando una estrecha relación entre los hombres y el gran Dios creador. A esto que Jesús denominó la ley del amor, podemos considerarla como el primer fundamento para la doctrina social de la Iglesia:“porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único” (Jn 3:16).
Esta realidad rescata el verdadero sentido evangélico del mensaje de un Dios trino encarnado en un ser humano que vivió en carne propia los desafíos de la sociedad y las injusticias del mundo, una verdad que le llevó a ser acusado injustamente por simplemente querer demostrar un interés particular y real por aquellos que eran oprimidos por un régimen autoritario.
La justicia social hoy en día nos invita a continuar con la misión evangélica pero sobre todo nos invita a imitar al primer maestro en doctrina social: Jesús. Son muchos los retos que tenemos como Iglesia para dar respuesta a las interminables realidades de injusticia que viven los pueblos o grupos diversos en el mundo, pero es importante recordar que la Iglesia se caracteriza especialmente por ser “Católica” es decir universal, tal carácter de universalidad tiene un poder inimaginable cuando existe unidad entre el pueblo de Dios, cuando el interés de unos pocos adquiere la fuerza de muchos, y más aún cuando invocamos la ayuda que proviene del Espíritu Santo.
El último acto de amor de nuestro Señor Jesús antes de su resurrección fue el haber entregado su sangre por completo, es decir vaciarse completamente brotando de su costando hasta la última gota de sangre pero también de agua, una sangre que nos recuerda el dolor y un agua que nos lava del dolor y que nos brinda esperanza, esta escena de Jesús siendo traspasado por la lanza nos lleva a reflexionar acerca de un pueblo que gime y clama misericordia, un pueblo que sufre las injusticias y la falta de amor, una escena trágica en donde muy pocos sienten la pena de ver a un hombre joven colgando de un madero sin haberlo merecido, una escena que describe el dolor profundo de las mujeres al ver tal acto de ultrajante que atenta incluso contra la mirada humana, cuando volvemos a revivir esa escena pensamos en las madres que sufren por no poder salvar o proteger a sus hijos de la guerra o de la desnutrición, o por no poder tener la oportunidad de brindar los derechos básicos a sus pequeños como el de vivir en un ambiente sano y saludable o de enviarlos a la escuela. También encuentro en esta escena la falta de misericordia de aquellos que pasaban por el lugar sin despertar en ellos una reacción de compasión ante tal injusticia.
Nuestra Iglesia sufre y llora junto a esas madres, mujeres que no tiene voz, sufre y llora con los marginados de la sociedad, nuestra Iglesia presenta el dolor de un Cristo crucificado no como un signo de derrota como algunos creen sino como un signo de humanidad, para recordarnos que también como Iglesia hemos sido producto de un gran dolor.
La Iglesia de Cristo también clama por justicia para los desvalidos, acompaña en el sufrimiento y representa una luz para muchos, es casa y hogar de inmigrantes, y refugio para aquellos que buscan desesperadamente un Consuelo.
Nuestra arquidiócesis es parte de un grupo de organizaciones que está abogando por cambios que generen condiciones dignas para nuestros más vulnerables, actualmente con el apoyo de la Oficina de Conferencias Católicas de Indiana y una alianza Inter diocesana estamos uniendo fuerzas para que nuestros indocumentados puedan obtener un permiso de conducir y si, suena un poco complicado ya que las leyes en este sentido no han sido diseñadas para beneficiar a un grupo determinado de personas, las leyes son por lo general estratégicamente construidas para garantizar un orden social y por eso son leyes, pero también sabemos que el mundo se mueve y sufre procesos de transformación que nos llevan a considerar posibles brechas para dar soluciones a nuevas realidades, un primer paso de esta iniciativa ha sido un entrenamiento para líderes parroquiales que involucró a más de treinta personas incluyendo la presencia de dos senadores.
Identificar los signos de los tiempos actuales nos pueden conducir a un camino que ya se inició hace mas de dos mil años, un camino que empezó con un cambio, generando una transformación en un grupo de 12 personas, que vivieron y entendieron el mensaje mesiánico y que cuya contribución a nuestra sociedad nos mantiene vivos como Iglesia con la ilusión que un día no muy lejano todos podamos comprenderlo, un mensaje que brota del Sagrado Corazón de Jesús y que promete esperanza y consuelo para los que están cansados y agobiados, un corazón que se convierte en el lugar del descanso para muchos, y que nos fortalece en la misión.
(Felix Navarrete es el coordinador del Ministerio Hispano en el Arquidiócesis de Indianapolis.) †